A los pocos días de que cayeran las Torres Gemelas en Nueva York, ese 11 de septiembre del año 2001, un sabio hermano escribió un poema que en una de sus líneas decía: “y si todo esto fuese un sueño…”. En verdad me costaba entender que todo esto tan tangible pudiera no ser parte de la realidad, de la vida en este mundo que tocamos con nuestras manos, de esto que se sigue asumiendo como lo único y verdadero, de esta supuesta “creación inteligente” del Hombre a costa de gran esfuerzo y trabajo. Rápidamente se volvió a proyectar un nuevo símbolo del poder económico de esa “potencia mundial”, pero con sistemas de control más sofisticados que lo hicieran invulnerable a cualquier otro ataque, como este que no esperaban. Era una de las primeras manifestaciones de los Tiempos de Tribulación.
En estos días, a casi 9 años de este acontecimiento que a nadie dejó indiferente, siendo esta la característica de todo hecho que está sucediendo hoy… y que seguirán sucediendo, en el Sur de nuestro país se están levantando improvisadas o definitivas casas sobre las ya caídas a causa de los hechos sísmicos, también conocidos por todo el mundo. Es muy natural que el Ser Humano reconstruya ahí mismo donde quedaron los escombros, esperando que con mejores materiales y más resguardos esto no vuelva a suceder.
En nuestra vida diaria vivimos difíciles e inesperadas experiencias que desmoronan nuestra visión de las cosas y de las personas, se ponen a prueba nuestros conceptos preconcebidos, lo que nuestra experiencia ha cimentado a través de los años, lo que la sociedad y el mundo ha impuesto. Pero con el tiempo seguimos actuando igual a pesar de lo vivido, mantenemos la cómoda costumbre del ‘así soy yo, y ya no voy a cambiar’. Decimos que aprendemos pero nuestro ego tratará de imponer esa idea arraigada en otras situaciones. Seguramente la muerte de un ser muy querido, la pérdida total de bienes materiales obtenidos con mucho sacrificio, una enfermedad grave, un hecho traumático, por citar algunos ejemplos, dejan una marca más profunda en nuestro andar. Pero si eso se repitiera en otra esquina de la vida, volveríamos a sufrir y a lamentarnos profundamente, y quizás lleguemos a culpar a Dios por tanta ‘mala suerte’.
Entonces queda la sensación de que nada permanece, nada ni nadie nos pertenece ni está seguro. Dejamos este mundo y nada podemos llevar. Luchamos toda la vida por alcanzar un buen vivir… y viene un terremoto o una gran lluvia y lo destruye todo; y la erupción de un volcán quema todo lo que está al paso de su lava; y se produce una guerra y suben los precios de las cosas; perdemos el trabajo, y no sabemos qué hacer. ¿Hasta cuando soportaremos esta ‘azarosa’ realidad? Es la vida, dirán algunos. Es el destino, dirán otros. Y los más pesimistas se preguntarán: ¿qué sentido tiene todo esto si al final se acabará todo el día de la muerte…?
Ante tanta incertidumbre no pocos se han refugiado en iglesias, como pretendiendo el ‘favoritismo’ de Dios, ese dios que se concibe pequeño porque no alcanza a mirar lo que sentimos dentro de nosotros. Claro, y mientras más alto el edificado, y las masas de personas sean mayores… más anónimos quedaremos en estos vaivenes que nadie entiende.
¡Esto no puede ser una realidad!; ¡Esto no puede ser una Verdad!; ¡Esto tiene que ser un mal sueño del cual debiéramos despertar!
Si la Realidad, lo Verdadero, lo que Vive Eternamente, lo que trasciende, lo que no cae… está en el espíritu de cada Ser, entonces, ¿porqué no dejamos en las Manos de Dios esta Verdadera Realidad para que Él la reconstruya? Un Constructor de Vida Eterna ve y edifica desde lo simple de la Verdad, que ya es una realidad en el espíritu de la persona. Dejemos a Dios los lineamientos de nuestra vida, ya que como un Perfecto Arquitecto construye desde la base de Su Realidad, y no desde la nuestra que es una ilusión que se desvanece sin la Vida del espíritu.
No puedo construir una casa sin la conciencia de que nada me pertenece y que todo es de Cristo. No puedo pretender una ‘buena vida’ sin la conciencia de que la Verdadera Vida está en el espíritu. No puedo aprender de los hechos importantes de mi vida sin aceptar que de Dios vienen. No puedo cambiar nada en mí si el cambio no lo hace Cristo.
Toda esta realidad y conciencia que debemos conocer y vivir para no sentirnos muertos, sino que Vivos, ya está en nuestro espíritu. Esta es la Nueva Vida construida sobre los pilares que Cristo restauró: una Realidad más sólida que el fierro, más flexible que la madera, pero que nada desmorona y siempre permanece, porque a Dios Pertenece.
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