Las cosas de Dios son simples y claras. Sin embargo, podemos constatar en la Biblia varios pasajes que han sido ‘convenientemente’ modificados para fines particulares. Uno de los más representativos de esto es el que se refiere a un diálogo de Jesús con el apóstol Pedro: “… Tú eres piedra, y sobre esta roca voy a edificar mi Iglesia, y el poder de la muerte no la derrotará. Te daré las llaves del Reino de Dios; así, lo que ates en la Tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la Tierra quedará desatado en el cielo.” La versión original, antes de que en el siglo XV fuera cambiada con fines determinados por la jerarquía eclesiástica, dice: “Cefas, sobre esta roca alzaré mi Templo y el poder de la muerte no podrá derrotar a quien tiene las llaves del Reino. Lo que sea atado en la Tierra seguirá atado en el Cielo y lo que sea liberado en la Tierra será también liberado en los Cielos”. Cuando JesúsCristo dijo a Pedro “Cefas sobre esta roca alzaré mi Templo”, nunca quiso decir “iglesia”, ya que ésta es una palabra de origen Griego que significa ‘asamblea’… y Jesús hablaba en Arameo. Constatamos entonces que el Hombre eclesiástico interpretó a su antojo o conveniencia, o de acuerdo a su posibilidad o creencia, es decir creyó que eso era lo que había que hacer y levantó una iglesia. ¿Hubo realmente en esa acción una comprensión basada en un discernimiento espiritual para asimilar el sentido profundo de lo que quiso transmitir Cristo? Hoy sabemos que Cristo se refería a la propia persona: el Templo es uno mismo. Dios habita en uno mismo y no en las iglesias. ¿No es esa una diferencia fundamental para entender y vivir la relación con Dios?
Los exégetas vieron en esta palabra una gran oportunidad para construir y mantener la institucionalidad eclesiástica y así atraer y mantener a los Hombres bajo su autoridad y control, transformándose en “intermediarios” entre Dios y el Hombre. Pero si uno mismo es el Templo, y Dios vive en uno, y esa relación es personal, en el espíritu, ¿cómo podemos explicar esa exigencia de condicionar nuestra relación con Dios a una iglesia?
Las religiones han sido desde siempre una necesidad de los Hombres. En el intento de guiarlos cuan ovejas, los líderes espirituales que las conducen han elaborado sus doctrinas interpretando las escrituras y han decretado dogmas, que no estando sujetos a pruebas de veracidad, impulsados frecuentemente por una utilidad práctica, son proclamados verdades indiscutibles. Enseñados de esa manera han coartado el poder de reflexión y análisis de quienes guían, quienes por su parte también han aceptado ser de ese modo conducidos.
Las escrituras de los Hombres nacidas bajo inspiración divina, pueden ser entendidas sólo a través del Discernimiento Espiritual. Porque es el espíritu quien nos dirá exactamente cuál es el significado profundo de esa escritura. Hay partes y relatos dentro de la Biblia (varios pasajes del Antiguo Testamento, por ejemplo) que son posturas culturales, formulaciones personales del tiempo y condición en que se recibieron y que no se pueden tomar al pie de la letra. Cuando se trata de cosas espirituales seguramente el Discernimiento nos indicará cuales son verdaderas, atemporales y perennes; cuando se tratan asuntos de métodos y usanzas, el sentido común y el espíritu nos dicen que corresponde a circunstancias que se autolimitan a su tiempo y situaciones específicas. Las verdades de Cristo son espirituales, por lo tanto no se pueden reducir a un tiempo o a una cultura. Es necesario hacer esta aclaración porque aún existen los esquemáticos que toman las escrituras según el entendimiento teórico y textual y no usan el Discernimiento espiritual para adquirir sabiduría. Porque el día en que el Hombre tenga a Dios en su Razón y en su Corazón no tendrá el Templo ni aquí ni allá sino que en Si Mismo, y ningún otro patrón de formación tendría ese Hombre Libre sino que sería el Espíritu y el Santo Espíritu su Magisterio. Un Hombre así no es esclavo, y las religiones requieren de la esclavitud para instaurar su poder mundano.
De acuerdo a lo ya expuesto, la reflexión que debiéramos hacer es la siguiente: ¿de dónde surgen los dogmas y las doctrinas que han sustentado a las religiones desde sus orígenes?
Debemos ser claros y asumir los efectos de esta condición, el haber sido guiados por determinada religión no significa en verdad estar caminando hacia la Voluntad de Dios… y ya Cristo nos advierte “nadie que no haga la voluntad de mi Padre entrará al Cielo”.
Si el Hombre está ligado a la iglesia y depende de “la iglesia”, es un Hijo de la iglesia, porque no concibe otra manera de relacionarse con un Reino Celestial, un Reino que no es de este mundo, como el mismo JesúsCristo lo dijo más de una vez. Esta dependencia institucional es el paradigma que el Hombre ha vivido durante siglos y ello ha ocurrido porque no ha cultivado y profundizado su propio espíritu, llegando a la raíz de cada palabra de Dios.
Si el Hombre está ligado a Dios y depende de Dios, es un Hijo de Dios. Esto hace la diferencia. ¿En quien ponemos la autoridad, en Dios Padre, a quien reconocemos como nuestro Creador y a cuyo seno esperamos volver algún día, porque nos esmeramos en conocer y poner por obra su voluntad o ponemos la autoridad en la iglesia, un edificado levantado en estructura y doctrina por los Hombres? Esa es la cuestión que debemos comprender y asumir como una verdad simple pero fundamental y que cambia radicalmente el foco y visión sobre nuestra relación con el Dios vivo y los frutos de esta existencia. Cuando dejemos este mundo en cuerpo físico, quien aplicará su juicio sobre cada uno de nosotros ¿la iglesia o Dios?