Hoy vivimos una realidad alarmante en relación a la forma en que los jóvenes y niños enfrentan sus problemas. Es más frecuente encontrar reacciones cada vez más violentas frente a conflictos de simple manejo. No es raro leer en las noticias artículos que informan de agresiones de adolescentes a sus profesores, el abuso a los más débiles como herramienta de validación dentro de su grupo social; el llamado Bullying, donde la víctima, es un compañero de escuela que sufre el maltrato o vejaciones, ya sea porque es más débil físicamente o bien presenta conductas que no van de acuerdo a lo que el grupo considera como adecuadas.
De frente a estos hechos, hace algunos meses en una comuna de la capital de Chile (Santiago) se realizó una consulta ciudadana sobre si en los establecimientos educacionales se debían tomar medidas de seguridad como las que, ya hace años, se toman en Estados Unidos: detectores de metales, rejas y otros. Sabemos que hoy existen otras vías más adecuadas y correctas para controlar esto, como la implementación de programas de Convivencia Escolar Democrática, donde se congregan presidentes de centros de alumnos, profesores jefes y padres y apoderados, para dialogar, reflexionar y capacitarlos en técnicas para Resolución Pacífica de Conflictos.
La siquiatría explica que las conductas violentas de los jóvenes «tienen que ver bastante con el entorno natural del niño y la proyección que éste tiene respecto de la cultura de un país». Objetivamente enfrentamos una cultura de la violencia, que se radicaliza en estos tiempos de Tribulación. Los jóvenes validan la violencia como respuesta frente a una situación adversa. Los medios también validan la violencia porque la hacen aparecer ante nuestros ojos como algo ‘usual’ y ‘normal’.
En los tiempos que corren, los padres pasan poco tiempo con sus hijos, y cuando están juntos, muchas veces están cansados y poco receptivos. Sabemos que a falta de modelos paternos los niños toman como modelos a los nuevos ‘héroes’ de la Televisión o de Internet, los que no siempre entregan enseñanzas adecuadas para que ellos puedan enfrentar y resolver sus problemas.
Cada individuo trae en si mismo una senda para vivenciar en este Mundo, una oportunidad en su evolución espiritual. No son al azar las condiciones sociales, el entorno, el lugar… y los padres que le han tocado. Somos nosotros, los adultos, de quienes ellos esperan aprender, y no solo lo hacen imitando nuestras palabras, sino también nuestro actuar. Si yo enseño que es malo robar y cada vez que voy al supermercado me llevo algo sin pagar, no solo le estoy mostrando a mi hijo que se puede robar, sino también estoy invalidándome. Entonces él tiene todos los argumentos para poner en duda todo lo que digo y soy.
Los hijos son un regalo del Cielo, y su formación debe ser considerada como «Tarea Superior». Y es Superior porque es Sabia Ley, es decir, no sólo aprende el hijo, sino que también los padres. Para Dios ellos son nuestros Maestros, y es señal de humildad aceptarlos como tal. Porque seríamos ciegos si negáramos que ellos son espejos de nuestras propias debilidades, carencias y errores que debemos reconocer y superar… como también reflejo de lo bueno que proyectamos desde nuestro interior.
Por lo tanto, es importante ayudarlos a descubrir y desarrollar lo que en ellos es innato: sus talentos, sus capacidades, sus dones, sus virtudes… su ÍNDOLE cuan esencia espiritual que ya está presente al nacer, y que no es otra cosa que la Voluntad de Dios Padre en el Ser. Es ésta la única y trascendental tarea que nos corresponde, no hay otra… porque lo contiene todo. Entonces, si hacemos todo en pos de ayudar a nuestros hijos a alcanzar éste Objetivo Superior, estaremos cumpliendo con nuestra Mayordomía sobre ellos, es decir, una labor de amor que Cristo nos pedirá cuentas en nuestro paso por la muerte.
Entonces erramos en esta responsabilidad cuando intentamos ‘amoldar’ su desarrollo a nuestras propias expectativas y satisfacciones. El entorno también aporta a esta deformación en su crecimiento. De esta forma, en vez de ayudarlos a avanzar en libertad, estamos activando una verdadera ‘bomba de tiempo’ que tarde o temprano estallará con violencia alarmante.
No debemos considerar un tiempo ‘especial’ para educar a nuestros hijos, sino concebir la formación en cada instante: ellos aprenden de lo cotidiano, y nosotros también; todo se transforma en un mensaje para ellos, y para nosotros también; y todo es trascendente si no perdemos la mirada en ese Objetivo Superior para ellos… y también para nosotros. Ser padres es una prueba de coherencia en el ser, hacer y decir de acuerdo a lo que el espíritu induce en nosotros… y en ellos también. ¿Podría desarrollarse aquí algún germen de violencia? Sólo en el mundo éste se podría producir, porque está lejos de esta verdadera Ley Superior.
Comentario
La religiosidad no nos enseña a mirar lo profundo de las condiciones que por Ley de Dios nos son dadas. La familia cuan orden social y valórico, donde las conductas y el hacer de los padres es sin duda de vital importancia para la conducción y formación de los hijos, ha sido ícono de la moral humana, abanderando su importancia cuan base sustentadora de la sociedad. Esa es una mirada aceptable bajo la moral humana, mas aquí hablamos de la moral de Dios. Cuando el evangelio nos revela que «como es arriba, es abajo», ni siquiera cabe en nuestra imaginación que la conformación de la familia tiene en los Cielos un rol, es parte de un Plan, tiene asociada una meta de trascendencia espiritual… eso al menos da que pensar que «hasta que la muerte nos separe» podría entrar en su buena calidad de dogma… pues la familia bajo la Ley de Dios, en obediencia y cumplimiento a los mandamientos y ordenanzas, seguirá unida en los Cielos… no por lazos afectivos o vínculos de Alma, sino por unidad espiritual cuan Núcleo Eterno. Sobre esta Verdad, Ley de JesusCristo para estos tiempos debemos construir nuestras familias.
Invitamos a Ud. a investigar e interiorizarse… para ser parte de una verdad inmutable y eterna.
Sacerdocio bajo la Ley de JesúsCristo
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