(Ref. Archivo oficial de Sacerdocio bajo la Ley de JesúsCristo).
Sólo se accede a la verdad de Dios por medio del Discernimiento espiritual.
Discernimiento Espiritual es descifrar con el Espíritu algo que aparentemente se puede cifrar con el conocimiento, pero que guarda un significado que no es posible entender con el saber intelectual, por lo mismo debe ser desentrañado por medio de Sabiduría Divina; para lograr esto el Hombre se propone compenetrar la Palabra en su génesis fundacional, es decir: alcanzar “el Espíritu de la Palabra”.
El Discernimiento debe asentar el conocimiento como primer argumento, el sentimiento como segunda razón, y la coherencia práctica entre ambos factores cuan “toma de conciencia personal” sobre el punto que se está dilucidando. ¿Podemos pretender llegar a un principio espiritual, a una verdad revelada a una palabra divina, sin antes aclarar la mente y los sentimientos y reflexionar sobre éstos? No, porque es la “toma de conciencia personal” la que nos permite aterrizar aquello que estamos escarbando, y nos coloca en Humildad ante Dios. Cuando eso no sucede solemos ser altaneros, teóricos y superficiales. Esta “conciencia personal” es aquello que nos da Humildad, y esta Virtud nos facilitará enormemente esta tercera fase del Discernimiento ligada al Espíritu.
Por otra parte si sólo hacemos el trabajo de la toma de conciencia para compenetrar un principio espiritual, no tendremos un resultado objetivo, porque tanto aquello que pensamos y lo que sentimos es subjetivo: es un efecto y una manera de vivir una verdad divina según cultura, mente y vida emocional específica. Y esto es lo que comúnmente hemos aprendido y nos han enseñado.
Para llegar al Espíritu debemos aquietar mente y sentimientos: mas, el secreto de la Quietud está en la realización de los pasos previos sobre el Discernimiento antes mencionado, pues nunca habrá Quietud sin “conciencia personal” que nos entregue un sentido de realidad con respecto a lo que desmenuzamos. Es decir, la Quietud se basa en la Conciencia de lo que somos, y nunca habrá Quietud en la ignorancia de lo que nos aqueja. El Discernimiento, por lo mismo, se fundamenta en La Verdad. En la realidad de lo que sabemos y pensamos, sentimos y vivimos, y ambos aspectos colocados ante la coherencia de la fe, la congruencia en la acción. De allí nace el arrepentimiento de lo negligente e incoherente, y el perdón como efecto de purificación. Ese piso de honestidad nos permite entrar en La Quietud, esencialmente porque estamos yendo a lo divino en forma clara, con conciencia y humildad.
¿Es posible poseer conocimiento, ilustración y cognición de Dios por medio del saber humano? Y como aparentemente no tenemos otro modo de entender a Dios, concluimos que la “Omnisciencia” de la sapiencia divina es la teología, y así lo entiende la religión del Hombre.
Sabiduría es el Magisterio del Espíritu Santo, es la Madre Raíz, es la verdadera Omnisciencia, en su significado de: Absoluto, Universal, Integral.
Aquella “Visión Macro” que nos permite concebir los hechos, fenómenos y personas bajo una perspectiva profunda, amplia y sin horizontes subjetivos, más allá del tiempo y lo carnal transitorio, es la mirada de La Sabiduría, y ésta se logra a través de los ejercicios del Discernimiento. Porque desde que comenzamos a ejercitar el Discernimiento, partiendo de la Doctrina y la Enseñanza, comenzamos a ser instruidos en los modos de Dios, y al poco andar por este Macrocosmo nuestra forma de pensar, de ver, de oír, de concebir, de analizar y de entender se transforma de manera sustancial, causando una mutación irreversible en la persona.
El Discernimiento nos libera del intelectualismo, porque el intelecto pasa a ser un medio para tomar conciencia y medirme a mi mismo, pero ya deja de ser un fin.
El Discernimiento nos libera del gobierno del Alma, porque usamos lo que sentimos y vivenciamos como un elemento comparativo con aquello que entendemos y usamos ambos elementos como el cara y sello de mi Verdad.
Ambos elementos son un medio para alcanzar el piso de mi realidad, y constituyen el suelo que cimienta mi “conciencia personal” sobre aquello que debo vivenciar. Logrado esto: detenemos la mente y el corazón, y por La Quietud vamos a presentarnos ante el Espíritu para que éste nos declare La Verdad.
Eso es Sabiduría. Y sin Discernimiento no hay Sabiduría.