Ley de Dios y buen gobierno de los Hombres -A propósito de la homosexualidad –

En estas horas el Senado de Argentina discute una ley sobre matrimonio homosexual y derechos de familia que por mucho, y según serios argumentos constitucionales, creará un desorden institucional y establecerá limbos legales que al final convertirán al sistema jurídico argentino en uno de los más incoherentes del mundo. El asunto es que toda la estructura de derecho se apoya en la aceptación natural del matrimonio entre varón y mujer, y por ende los hijos y sus privilegios se enmarcan en deberes de género según este reconocimiento, como la adopción, el sustento, las herencias, etc. Un sistema que no ha tomado en consideración la gestación in vitro, ni ha modernizado su lenguaje, nomenclatura y conceptos, y un sistema penal antiguo, como lo son en toda América Latina, no soportan parches ‘progresistas’ y demagógicos como los decretos y reformas que desde el parlamento intentan imponer una nueva concepción de géneros y familia. Tratándose de una revolución que desestructura la completa visión y qué hacer de la sociedad, lo menos que puede hacerse es, primero, abrir un debate masivo, bien informado y progresivo en el tiempo; luego, someter a referendo los asuntos concretos, en modo que la población adulta y bien informada vote y manifieste su opción; y finalmente, sobre tal nivel de concordancia, obviamente, legislar.

La violencia, el uso de la violencia en cualquier forma y modo,  de alguna minoría a la cual le han sido negado derechos por años,  es un acto profundamente reaccionario y anti-democrático… tanto e igual como refutar sus derechos y obviar su existencia. Y es violencia parlamentaria intentar cambiar una súper- estructura cultural y de valores por medio de decretos que se definen por mayorías circunstanciales.

En países como Holanda y Suecia se ha llegado a legalizar el asunto de las uniones del mismo género luego de un debate nacional abierto y participativo;  hubo de cambiarse el sustento constitucional y modernizar leyes y sistemas penales en modo de adecuarlo a esta nueva realidad. Sin embargo, en Argentina se está ‘caotizando’ el sistema institucional y se violenta flagrante y burdamente la voluntad popular, la que no es consultada…y esto ha dado pábulo a posturas arcaicas y extremas de parte de la iglesia católica y respuestas groseras y fascistas de parte de las minorías homosexuales.

Aceptando que el asunto existe y debe ser tratado, legalizado  e inserto en la institucionalidad de una nación – que por ser nación es diversa, y por ser democrática debe tener en consideración la opinión y posición de su pueblo – debemos abordar con madurez, sin fanatismos y exento de cortapisas la cuestión de la existencia y derechos de las personas homosexuales. Este es el único modo de evitar la nefasta práctica de las ‘presiones de minoría’ que al final imponen medidas que en el tiempo resultan contra producentes e injustas incluso para la misma minoría. Porque cuando en los Estados Unidos se ha decretado a golpe de timón la igualdad racial, en verdad ésta no existe en la realidad, es formal, porque jamás este asunto ha sido abordado desde la raíz y definitivamente. Así, cuando en Bolivia el asunto indígena hubo de enfrentarse por fin, seriamente, fue necesario armar una nueva Constitución, pues hay factores nacionales que nunca se resolverán sin antes adecuar todo el sistema en el cual se sustenta una sociedad. Y la aceptación de un ‘tercer género’ y un nuevo modo de matrimonio, y otra concepción de familia requiere discusión, cambios estructurales y sobre todo una flexibilidad mental, cultural, que permita que los derechos otorgados sean reales, aplicables y consensuados. El modelo Argentino de abordar el tema es justo lo contrario a seguir, es el ejemplo de lo que no podemos hacer; pero no enfrentar la cuestión es otro modo de violentar una realidad.

La pregunta que nos hacemos quienes vivimos en la Fe, somos practicantes de la Vida Espiritual, y tenemos por propósito seguir la Ley de Dios gira en torno a qué postura debemos tener ante esta ola inevitable que ya no podemos negar. Las iglesias cristianas con fines de masividad, de sustento político y participación secular sienten que es su deber imponer a toda la sociedad aquello que ellos proclaman como ley de Dios, y siendo ellas las auto-proclamadas ministrantes de esta ley, deben, por fuerza, implantar el modelo de civilización católica, cristiana, o en otros casos Judea, o musulmana en su porción de territorio, etc. que define la característica geo-política y cultural de la sociedad bajo su influencia. Es deber de toda religión, por tratarse de una parte vital de la política, enraizar sus valores específicos cuan leyes universales.

Para quienes vivimos la Fe desde nuestra espiritualidad, sin fines políticos, sin pretensiones de participar en el banquete de los señores de este Mundo, los asuntos están divididos en dos terrenos: el que corresponde al gobierno en el mundo; y aquel que hace parte  del Gobierno del Reino de Dios. Al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios.

Establecemos públicamente la Ley que nos rige como seres de Fe, explicamos, exhortamos, advertimos sus implicancias… pero sabemos que no podemos imponerla a quién no cree en Dios, niega su Ley o bien pertenece a otro reino que no tiene por Dios y Salvador al Cristo Vivo. La Ley de Dios requiere, para ser aplicada en coherencia: Fe, Conciencia y Rectitud. La aceptación de la Ley de Dios es un acto opcional que se consagra en sacramentos y estados espirituales, y nunca en sólo actos formales y aparentes, hipócritas y falaces. Por ende, al consagrarse el creyente en un sacramento que lo une a la Ley de Dios es su deber escrutar, discernir y tomar conciencia de la Realidad de Dios. Ejecutar actos religiosos que nos hacen ser parte del catolicismo, del judaísmo, del budismo…puede ser cultural, costumbre, tradición o repetición mecánica, pero la aceptación de la Ley de Dios en verdad nos impele a meditar sobre Dios e introducirnos espiritualmente en su Reino. Solamente bajo este ejercicio de coherencia somos seres libres: porque no es libre quién actúa en la incongruencia. Y es desde esta vivencia que podemos diferenciar aquello que por ser parte del gobierno de este mundo requiere de nuestra parte posturas claras y bien fundamentadas, pero nunca para implantarlas bajo tiranías ideológicas y sistemas teocráticos, pues tal práctica es de demonios, no de Dios, sino más bien para fijar la línea divisoria entre el buen gobierno de los Hombres y el Justo modo del Gobierno de Dios. Más allá no podemos llegar, porque de hacerlo nos convertimos en religiosos mundanos intentando someter a los que no creen, y deben ser sometidos por la fuerza. Mas, del mismo modo, exigimos que la libertad de quienes profesamos la Fe sea plena, verdadera y no formal, y que las leyes que regulan asuntos de la sociedad dejen espacio para que también nosotros nos regulemos según nuestra Fe. Y se eso se trata: de fijar entre creyentes el Justo modo de seguir la Ley de Dios. Una vez fijada nuestra postura ante el mundo, tenemos sí el deber de concordar la Ley de Dios entre quienes proclaman a Dios.

Cuando una iglesia (como la Anglicana) acepta que sus sacerdotes practiquen la homosexualidad, y en el mayor sistema religioso de occidente pulula la pedofilia y la degeneración sexual, estamos tratando asuntos que corresponden a la discusión sobre el Justo Gobierno bajo la Ley de Dios, y que esos mismos conglomerados en contradicción flagrante luego intenten imponer a toda la sociedad ciertas reglas generales en nombre de la Ley de Dios que ni ellos respetan y menos aplican…es simplemente un descaro. Lo mismo podemos verificar en lo mundano, cuando parlamentarios que se dicen ‘cristianos’ en España  aprueban una ley de aborto que permite asesinar al feto hasta las 22 semanas y autoriza a adolecentes de 16 años matar a sus criaturas sin autorización de los padres…ambos ejemplos nos avisan que estamos ante la degradación moral más evidente y abierta de estos tiempos. Entonces, ¿por existir una ley aberrante como la del aborto en España deben las personas de Fe acatar y aplicar este crimen? Lo justo entonces es considerar una ley de objeción de conciencia que permita al médico o profesional abstenerse de aplicar un aborto que lo coloque en contra de la Ley de Dios. Si la Ley ‘obligase’ a quién por Fe no puede aplicar una medida que atenta en contra de su Conciencia, sería una Ley Tiránica. Lo mismo sucede con la regulación de las uniones homosexuales: es aplicable para el no-creyente, y en tal contexto bien que esté regulado, con las salvedades antes anotadas y bajo un Orden democrático ampliamente consensuado. Mas, bajo la Ley de Dios el matrimonio es entre varón y mujer, y padres son un hombre y una mujer. No se puede estar bajo la Ley de Dios y aplicar modos, métodos y leyes contrarias a ésta resguardándose en la ley del Hombre. Y así como la Ley de Dios no puede ser impuesta al no-creyente, aún si todo el mundo debe saber de su existencia, de sus causas y efectos, tampoco la ley del Hombre pretenda amarrar la Conciencia de quienes por obediencia a su Fe no pueden aplicar sus normas: entonces será imprescindible establecer siempre la libertad de Conciencia y la Objeción de Conciencia como valor Moral Intrínseco a la Ley del Hombre, de otro modo nos enfrentamos a Dictaduras legales que tarde o temprano caerán por su rigidez e injusticia.

El debate debe darse, y no debe evitarse, pero no apenas la altura de miras descienda a la ofensa y la burla, es deber nuestro retirarnos de tales necedades. Mucho tenemos que decir con respecto a los derechos de los niños, los cuales incluso en la mayoría de los sistemas actuales no se hallan debidamente resguardados… y si sobre tales falencias debiéramos ampliarlos a familias díscolas entre personas del mismo género simplemente estaríamos diseminando la zozobra como modelo institucional. Hablemos de Educación Sexual antes de tratar el aborto; hablemos de deberes del Estado ante los hijos no deseados… hablemos del sistema educativo, de libertad religiosa real y no mentirosa como lo es actualmente, y aclaremos que no es el homosexualismo la causa de toda degeneración en la sociedad, y enfrentemos la crisis en el concepto y aplicación de familia en su verdadera razón: el valor egoísta, individualista, avaro y perverso del mercado y del mercantilismo llevado a extremos perniciosos, destructivos y de odiosa competencia, es decir, de violencia y separación, cuyos efectos de desamor, arribismo, traumas sociales y lucha desenfrenada por el logro material y egotista han pulverizado todo núcleo humano. Hablemos de la guerra: de las que hemos vivido en el siglo veinte, y de las que vivimos hoy. Pues si hemos de enfrentar un tema que nos obliga a rearmar nuestra institucionalidad y mentalidad…hablemos de todo lo que realmente nos ha llevado a esta crisis latente y evidente. Lo peor que podemos hacer es parchar reglamentos sobre leyes anquilosadas y arcaicas, y conceder derechos a minorías sobre el silencio de la mayoría. La democracia progresista… ‘progresa’…y archivar la democracia bajo normas y formas restauradas como efecto del trauma de la segunda guerra mundial… o de tiranías a medio caer…no es democracia…pues una democracia sin progreso deja de ser libre, plural y sobre todo no responde a la realidad. Y cuando una democracia no responde a la realidad…es un axioma de la decadencia que no se quiere aceptar.

Obviamente, sí tenemos una postura ante el tema de la homosexualidad. No lo imponemos, pero hallándonos bajo la Ley de Cristo, que es Dios, la exponemos ante el mundo creyente, y al no-creyente lo llamamos a ser coherentes con el sentido más amplio de la pluralidad y libertad. Esto lo escribimos hace meses en esta misma revista, y lo reiteramos para claridad de los creyentes e información de los no- creyentes:

“Es respetable una posición determinada con respecto a la homosexualidad, que es otro tema regalón de esta corriente ‘moderna’… se mezcla a Jesús y una hipotética bendición de éste hacia el mundo gay. Se habla de amor, refiriéndose a Dios, partiendo obviamente del amor carnal, de la pasión de los sentidos… muchas veces de bajos instintos  y banales modos de relacionarse. Debiéramos volver a la Causa de Cristo para entender el Amor del cual Cristo nos habla. Pero aquí se toma el lugar común del amor genérico para endosarlo a Jesús. Claro, la homosexualidad latente y manifiesta en la curia católica, y los hechos de abusos sexuales a niños, niñas y jóvenes que en esta iglesia se han sucedido con demasiada constancia y nula respuesta  vaticana, hacen que no sea esta institución la más idónea para fijar posturas de coherencia. Pero los males de las iglesias tradicionales no involucran a Cristo, aunque en nombre de Cristo se hagan todo tipo de atrocidades. Y si somos personas objetivas no aprovecharemos el mal de los Hombres religiosos para atacar y tergiversar a Dios. Ahora, para decirlo con la Palabra de Jesús: hay eunucos (entiéndase por eunucos aquellos sirvientes castrados que eran también objeto sexual para los señores) que se hacen a sí mismos, hay eunucos los hacen los hombres… y los hay nacidos así para Gracia de Dios. En estas palabras, que cualquier persona puede indagar en los Evangelios,  se acepta la condición homosexual desde nacimiento, y la ciencia genética  está muy cerca de identificar la alteración del genoma que provocaría esta confusión de género. Desde la razón espiritual Cristo advierte que se nace bajo esta condición…’ para Gracia de Dios’. Y eso no nos conduce a la ‘práctica homosexual’ y sí a la condición del género. Desde la Fe se debe concebir un nacimiento de este tipo bajo una clave trascendente que obviamente el mundano y no creyente no coincidirá: que así se nace para un alto llamado de renuncia  que supera la condición de los sentidos y los deseos, y coloca a este ser en un plano superior. Claro, fuera del entendimiento de cómo son y se mueve el mundo espiritual y los propósitos de Dios… esto es extraño. Pero bajo La Sabiduría de la Fe esto resulta absolutamente coherente. Pero lejos estamos de cualquier aceptación, bajo la Fe y menos a la sombra hipotética  de alguna enseñanza real de Cristo, que justifique la práctica homosexual. Mucho menos que esta práctica se convierta en núcleo de familia con derecho a la crianza de personas obviamente nacidas fuera de este tipo de unidad. Eso puede ser legalizado, aceptado por regla institucional incluso, y corresponde a la libertad que un país y sociedad se da. Pero bajo el argumento de la Fe, y no exclusivamente de la religión, la práctica homosexual es aberrante e incompatible con la creencia en Dios. Y si algunas iglesias conviven con aquello, es asunto de esas instituciones mundanas, pero en nada involucremos a Cristo… ¡seamos ecuánimes en nuestras posturas! Repetimos: lo que se haga en nombre de Dios no necesariamente es de Dios. Justamente se nos ha dado la Fe y el Espíritu para Discernir aquello que proviene de Dios,  y eso otro que siendo de los Hombres se hace y proclama usando a Dios.

Lejos estamos por condenas, discriminaciones y arrinconamientos en guetos de aquellas condiciones humanas que existen y siempre han  existido en este mundo. Pero el derecho a ser como se ha nacido, en todo sentido, no puede conllevar a imponer a los demás un modelo excepcional concordante con lo particular, sino que se debe salvaguardar que toda minoría pueda desarrollarse sin condicionamientos en las diversas áreas de la vida;  y es deber de quienes pertenecen a estas minorías no violentar el orden social y moral que las mayorías se han dado. Si se trata de una cuestión de ‘derechos’ hablemos de Derechos, pero no argumentemos cuestiones de derechos quebrando el sentido del Derecho. Y en esto, usemos la democracia en su espíritu más profundo: porque en la instrumentalización de Dios para justificar tanto la discriminación como para imponer la universalidad a ‘raja tabla’  hay mucho de fascismo y muy poco de democrático. Si vamos a tratar este o cualquier asunto bajo la idea de Dios y el ‘mensaje de Cristo’ depositemos el debate sobre argumentos de causas, serios, bien investigados y con ideas bien orientadas, pero no podemos aceptar esta mesnada de peroratas que va tomando de cada rincón ideas y figuras para ellos mismos ajenas, pero útiles según creen, con el único fin de sustentar sus enredados llamados y arengas,  los cuales  solamente  debiera engrandecer  sus maniáticos egos  e irrefrenables  deseos de figuración”

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