Pecado es “aberración espiritual”, “mácula espiritual”, “caída espiritual”. El pecado no es imputable a imperfecciones humanas, diversidad de culturas o reglas morales ligadas a tradiciones y costumbres.
La imperfección del Hombre y la dualidad de este mundo mortal, la condición carnal y el accionar del Mal, nos hacen injustos, propensos a la caída, dudosos, miedosos, a momentos arrebatados y muchas veces pasionales… pero nunca, por esto, pecadores. Pues el único pecado es, precisamente, renegar a Cristo y los Sellos de Fe, y blasfemar en contra del Espíritu Santo.
La Dualidad, la imperfección humana, la mortalidad de este mundo, hacen que el Hombre no pueda lograr una perfección absoluta en esta Tierra y en vida mortal. Toda perfección en el Hombre es espiritual. Sus errores y falencias no son necesariamente pecados mientras exista la base de la Fe, del Arrepentimiento y del Perdón, y se mantenga la lealtad a los convenios con el Reino. La Perfección que el Padre nos pide es espiritual, no carnal.
Con Cristo en Jesús, el Pecado Original o Pecado de Trasgresión, fue muerto. Desde entonces, el Hombre nace en La Gracia, ese regalo de Dios, la dádiva de sin merecer un cambio de condiciones de vida, este dispuesto por el Creador para elevación del Hombre. Cae en el pecado el Hombre que reniega de la Gracia y renuncia o traiciona sus compromisos y convenios con Dios.
¿Qué nos enseña La Gracia? Que desde JesúsCristo todos somos salvos e inocentes y que no nacemos en pecado sino que nos hacemos al pecado.
La Gracia es divina, pero vive en el Hombre, que es imperfecto, por lo tanto, es el Hombre quien en posesión de su libertad, ignora La Gracia y favorece al mal. De hecho, La Gracia cesa ante la posesión del mal.
La apostasía ha negado La Gracia con el argumento que dice: “todos nacimos pecadores, todos somos pecadores”, en circunstancia que Por Cristo NO NACIMOS al pecado, sino que nos HACEMOS pecadores en el curso de la vida, debido a la polaridad Bien y Mal y el libre albedrío del que gozamos y no siempre utilizamos correctamente.
El pecado que adquirimos puede ser enmendado bajo el Camino de Consagración: por Arrepentimiento, Perdón y Convenio Personal con Cristo: único Poder que limpia los pecados del Hombre.
Bajo La Gracia, por el Don del Espíritu Santo, el ser es avisado sobre la mala presencia de la aberración o pecado, y el Ser puede expulsar al pecado y cerrar la puerta por donde se infiltra. Por esto es que cuando un pecado se reitera, y se reitera, y el arrepentimiento es formal, y el perdón es frío, La Gracia cae, es decir: ante la reiteración del pecado, hay aceptación de éste, por lo tanto, caída. Y no ante la presencia del pecado en su primera manifestación, y menos ante el error que no constituye pecado.
Si el Ser comete errores NO CAE de La Gracia, y si se arrepiente, retoma el nivel de Gracia que le es menester, pero cuando un Ser en La Gracia es posesionado por el mal, el ser CAE de La Gracia, y La Gracia se pierde.
Y en esa lucha, en ese combate por liberarse del pecado, por permanecer en la coherencia espiritual, el mal está presente, ya no dentro, sino que afuera, en el mundo, y nos incentiva al pecado por las debilidades y nos provoca los instintos y nos infiltra por los estados emocionales que nos dominan y no podemos controlar. Y esa será por siempre, la lucha del hombre en su condición carnal.
Coloquemos esta verdad y realidad ante la historia y comparemos con esta verdad espiritual aquello que nos han predicado y aún nos enseñan las religiones, y preguntemos:
A) si somos aún pecadores habiendo sido limpiados de todo pecado por quién nunca conoció el pecado… ¿no es que negamos a Cristo cuando afirmamos que el pecado aún es condición perenne en el Hombre?
B) Y si tememos a la muerte porque enfrentaremos demonios, infiernos y juicio ¿no es que estamos negando la victoria de Cristo sobre estas potestades? ¿qué juicio tendría un Ser de Fe que ha vivido bajo el Gobierno del Espíritu…?
C) ¿acaso no es verdad que el juicio de Dios, con el Hecho de Cristo, ha cambiado sustancialmente y el Hombre ahora es medido por sus siembras y actos, opciones y obediencia, frutos y cosechas?
Porque si Cristo ha impuesto con sus actos de Gracia una Nueva Ley, desde Lo Invisible a lo Temporal, ¿por qué deberíamos tomar las viejas leyes de antes de este Gran Hecho y hacerlas válidas en el Hombre de hoy? Y si el Espíritu queda en condiciones de tomar el Gobierno en el Hombre, guiado por el Magisterio de Sabiduría del Espíritu Santo… ¿a qué sirve restaurar viejas formas religiosas que impiden al Hombre llegar al Cristo Vivo y al Padre para conocer su exacta Voluntad?
La invitación es a tomar conciencia, Hacernos a la Gracia y Consagrarnos a Cristo por el Bautismo.