Hay una práctica humana que nos distancia de Dios, y no somos conscientes de ese mal. Aún más, la mayoría de la enseñanza eclesiástica peca de esa deformación fatal. Cuando leemos o somos informados que Dios es Misericordia, y Cristo es Misericordioso, enmarcamos ‘La Misericordia’ bajo el estrecho concepto que manejamos. Según la formación y estudios será una idea genérica, una palabra insustancial, o una postura filosófica o un don o virtud que se explica. Luego, como se dice que ‘Dios es Misericordia’, entonces el Hombre puede acudir a la misericordia con todo derecho y cero deber. Podemos hacer como nos parezca… total la misericordia nos cubre.
Si se pregunta a un grupo de creyentes qué entiende por Misericordia constataremos tantas y variadas explicaciones a según de la formación e información de cada uno. Pero hay dos asuntos que debemos tomar en consideración cuando hablamos de aspectos cuyo origen es de Dios: a) que no hay don, virtud o característica exclusivamente teórica o solamente intelectual, pues en lo de Dios todo es y debe ser Obra de Vida, Coherencia en la Práctica de Vida, aplicación transversal y cotidiana desde el interior de la persona hacia lo externo… de otro modo sería hipocresía: b) que Dios es Persona y posee su razón y voluntad en cada Palabra, Virtud, Don y connotación; y esto quiere decir que el Hombre no puede aplicar su propio criterio de Misericordia.
El Hombre humilde acudirá a Dios para recibir de su Fuente Sabia la claridad y saber profundo sobre La Misericordia. El soberbio jamás tendrá en cuenta a Dios en las cosas de Dios. Y el Ser humilde aplicará a su vida y a su persona aquello que aprenda de la Misericordia que Dios muestra e induce.
Lo primero que el humilde entenderá como luz a mediodía en un día de verano, será que La Misericordia es Potestad de Dios y ésta no es un paraguas que el Hombre puede usar bajo criterios particulares, y en medio de no pocos errores y aberraciones. Siempre será Potestad de Dios, nunca una llave común en manos de cualquier Hombre. Por lo mismo, cuando Dios muestra un Camino, y revela un Orden, y declara Su Ley, y encomienda a Su Sacerdocio que siembre en base a lo revelado, no pocos creyentes reaccionan con estupor por lo ‘radical’ de la senda que se propone, y eso ha sucedido con la exposición del primer tomo del ‘Libro de la Ley de JesúsCristo’. Entonces, ante la explicación de La Salvación y la estrategia de alcanzar la Voluntad del Padre, y la entrega que exige la Consagración, una mujer creyente preguntó casi como alegando ‘su derecho’: ‘¿Y la Misericordia? ‘. Justamente: que el Reino descienda para Dispensar y exculpar los desvíos del Hombre mediante una regla de Ley que conduce directamente al Reino es la mayor muestra concreta de Misericordia. Pero la señora creyente nos demandaba por ‘la otra misericordia’, aquella que permite hacer como uno quiera y luego acudir a Cristo para no caer y extraviarse. Pues bien, La Misericordia como Dios lo entiende, no como el Hombre la maneja, es una Potestad que no se aplica al que quiere caer, o sabiendo cómo no caer prefiere vagar por los abismos, sino que es Potestad de Dios para los Suyos, aquellos que amando a Dios no logran vencer lo humano, y desde la fe no alcanzan la Voluntad de Dios. La Misericordia no es aplicable para el que se opone a la Voluntad de Dios y en su libertad abusa de la Gracia de Dios; la Misericordia es el remanso de los arrepentidos de verdad, de quienes se refugian en el perdón, y de quienes se humillan en la vergüenza de su maldad. Pero la clave que se nos revela es que la Misericordia no acoge a quienes saben y han roto la ignorancia, aquellos que de alguna forma han recibido testimonio de la Voluntad de Dios en sus vidas, y se han negado entrar en la huella de la Voluntad de Dios. La Misericordia es para los inocentes, y para quienes fueron oscurecidos sin tener donde asirse, y en su dolor nunca han perdido su fe en Dios.
Cuando explicamos a la señora la Ley de JesúsCristo y el modo de no seguir viajando de iglesia en iglesia, de culto en culto, y ésta se siente acosada por la exigencia, ayudamos de alguna forma a que ella rompiera la ignorancia, y fue puesta ante una salida concreta: la misericordia que ella pidió en ese momento no es aquella que Dios aplica, sino esa mañosa forma que todo oportunista inventa para escapar de la Voluntad de Dios. A Dios nadie lo engaña. Siempre el Hombre se engaña a sí mismo.
En todo debemos pedir Espíritu Santo y disponernos a ser instruidos al modo de Dios: el amor, la fe, la obediencia, la Gracia, el sacerdocio, el bautismo, la entrega, la purificación, la consagración, la resurrección, la salvación, el Milenio de Paz, tal o cual escrito y escritura… todo debe ser colocado ante el Magisterio de la Madre Sabiduría para que sea el Reino quién nos forme e instruya, y nos libere de la prisión de la palabra muerta, el concepto limitado y la interpretación condicionada… y de paso nos evite la confusión de los expertos mundanos que siempre tienen la razón en sus bolsillos: ¡libéranos Señor!