Y Caín derramo su furia en contra de su hermano Abel, dándole muerte, como en un sacrificio a su dios de la guerra.
Antes que las tribus de Israel, incluso cuando aún no tenían nombre, fueran esclavas del Faraón, los imperios se alzaron ofrendando muerte a la saciedad de sus dioses. Durante el éxodo los israelitas sacrificaban en el altar una lista ordenada de animales. Mientras que en el corazón de Asia, desde las selvas del delta del Mecong, hasta las selvas del centro de América, la religión del corazón sacrificado a los caprichosos dioses diezmaba conglomerados humanos bajo la esclavitud, o la muerte por decapitación en las alturas de las pirámides.
Y Caín siguió su guerra de exterminio sobre la generación de Abel. La historia que asumimos como «nuestra», está plena de batallas, héroes, víctimas, venganza, muerte y gloria en la masacre y el sometimiento de humanos sobre otros humanos: todos con sangre en sus venas, muchos con sus venas vacías y la sangre en el polvo que ha sido nuestro piso de identidad y cultura.
Tanto ha resonado la campana en nuestros sentidos que ya no cuestionamos lo que es una atrocidad sin justificación alguna: porque los libros sagrados están llenos de la venganza de los justos, que a su vez vertió la sangre de sus opresores, y luego los tiranos eran los libertarios, y los subyugados irrumpían en la justicia del ojo por ojo. Y celebramos las justas heroicas de los mártires, y llenamos las plazas de espadas y banderas siempre alzadas sobre charcos rojos y ennegrecidos que parecen ser el sello de lo superior en los humanos.
Pero si es sagrado, no es cuestionable. Entonces, pisando la misma tierra de la sangre, vino un hombre que era en realidad Dios, y Él estableció un Nuevo Orden: no más sacrificios, no más guerras, no más ofensas, no más venganzas, no más sangre a los dioses de los abismos. Era el Dios de Abel. Y Caín cayó sobre Él con toda su furia, e hizo lo único que sabe hacer: torturar, entablar falsos juicios, matar… derramar la sangre de su enemigo.
Pero el Dios de Abel no era hombre en su esencia, sino que forma de hombre, y vertida su sangre oscura, el Cuerpo del que realmente Es tomó su propia sangre de Agua Viva y un Cuerpo que no es este Tiempo, ni de carne, y venció a la muerte, arrebato de manos de los infiernos el Umbral que definía el destino de las Almas, cerró los Abismos, abrió Los Cielos, despertó a la Generación de Abel y la ascendió hasta el Reino de Dios, regresó entre Los Suyos en este mundo, entregó Espíritu Santo y dejó la Primera Dispensación abierta ante los Hombres para que también los humanos subieran al Camino Medio: arriba del Hombre de esta Tierra Cainita, inmediatamente más abajo que el Lugar de Dios Padre.
Los Hombres de Caín son una «generación monada», es decir, poseen una composición predominante de influencia pre- adámica. Siendo monada carecían de Discernimiento Espiritual, y siendo la Salvación del Dios encarnado una Ley de Vida para todo Ser en esta Tierra, también los hirsutos Cainita recibieron La Gracia de ser habitados por el Espíritu del Creador. Es a ellos a quienes Cristo llama a ser como Ovejas: seguir al Pastor (el Espíritu de Dios viviendo en ellos) con sumisión y lealtad de oveja llegarían a vencer la belicosidad del macho cabrío que gobernaba en sus almas.
Ante la Nueva Ley de Vida los Cainita primero siguieron su instinto asesino: matar a los Hijos de Abel y masacrar a las ovejas que seguían a su nuevo guía interior. Más tarde, ante la evidencia que una Ley siempre termina por imponer su naturaleza, cambiaron la táctica de la guerra abierta, por la estrategia de la «guerra desde adentro». Es decir: reemplazar al Pastor Espiritual, por pastores hombres, y asegurarse de este modo que las ovejas serían por siempre becerros inofensivos y esclavos bajo el poder de sus patrones. Sin embargo, los Hijos de Abel no aceptarían este pastoreo fraudulento: había que exterminarlos.
Mientras un rey Cainita tomaba los asuntos de los obispos (pastores arriando ovejas bajo engaño) cuyo nombre era Constantino (quién en visión muy de monada guerrera tuvo ante sí una cruz en el cielo, en medio de una batalla, y bajo esa inspiración bañó de sangre el campo del enemigos) los jefes pastores perdían su propia batalla ante la predominancia de los Hijos de Abel (los primeros cristianos). Ahora, unidos este rey y los manipuladores pastores conformaron la Iglesia, que en nombre del hombre Jesús destronaría al Cristo Dios. Entonces la sangre de los Hijos de Abel fue regada por siglos bajo la persecución, la inquisición y el exterminio.
La Dispensación del Espíritu Santo fue enturbiada, obnubilada, por el poderío histórico del vencedor Cainita. Una vez hubo de ser arraigado su Poder y Cultura, muchos Hijos de Abel se entregaron bajo la autoridad de este poderío incontrastable en la Tierra. La paz de la monada y las ovejas fue impuesta en medio de guerras necesarias, revoluciones justificadas, imperios pululantes de riquezas y una masa empobrecida y esclava, guerras mundiales y millones de muertos en los campos, bombas atómica y guerras económicas varias… es decir, la forma del sacrificio Cainita a su dios, el Demonio: la Ofrenda permanente de sangre.
Así como el centro Cainita fue donde descendió la Dispensación del Espíritu, de igual modo la Segunda Dispensación debía descender en el corazón del Imperio Cainita de la época actual: La Restauración de la Ley del Sacerdocio del Reino Entre Los Hombres acaece en el amanecer del ahora Poder Cainita del mundo: en las colinas del actual Estado de Nueva York, en los Estados Unidos. Dios abre la tierra para dar testimonio de Su Plan, y muestra la historia escondida que llevó a los Hijos de Abel y a los Cainita a combatir desde el norte de América hasta el Sur del mundo.
La Segunda Dispensación recibe el Orden de Dios para el fin del Tiempo de Rehabilitación y Transición, y abre el Tiempo en donde los Hijos de Abel deben iniciar su Ascenso gradual, en preparación para su Victoria con el surgimiento del Nuevo Milenio de Paz.
Al poco andar, la influencia Cainita infiltra a los Hombres: tomando como ejemplo la historia escrita por Caín, y moviéndose según los acontecimientos escritos en la propia historia hallada en planchas con escritura egipcia antigua, los pioneros de la Segunda Dispensación emprenden sus propias guerras, derraman su cuota de sangre, arman su ejército, establecen su Estado y finalmente se integran al Poder de los pastores Cainita. Pero como la Ley de Dios siempre culmina por imponerse, sin violencia, sino que de generación en generación, por medio del Espíritu de los Hombres que van aceptando al Reino y van viendo la «otra verdad» con sus propios ojos, y sin que poder de monada y rediles de ovejas puedan impedirlo, el Tiempo de la Tribulación alcanzó a esta Generación, y el Reino debía descender, para que Los Suyos preparen la Venida del Dios de los Hombres y de los Ángeles.
Con Visión de Futuro, porque una Dispensación es un acto preparatorio para hechos que han de venir, y no para responder a situaciones temporales, JesúsCristo primero, el Espíritu Santo enseguida, y el Padre en su Día, se han manifestado en las montañas pre-cordilleranas del nord-este del centro de Chile.
El Reino descendió en las tierras que serán salvas después de los eventos devastadores que están dando ya avisos reiterados y constantes, y desde ese punto ha hecho descender, y mandado a escribir, sus revelaciones y ha instaurado la Dispensación de Las Vísperas del Advenimiento del Milenio de Paz: el Tiempo de la Tribulación es hoy.
El Reino se ha acercado. La Dispensación preparatoria para la Generación del Milenio está en la Tierra. El Sacerdocio Celestial de Cristo está actuante con sus Sellos y Poder. La Ministración de Ángeles está activa. La Orden de Santos y Sabios es ahora carne y humanidad.
Los Cainita no solamente no aceptarán esta realidad: harán su guerra en contra de esta verdad. Los infiernos infiltrarán a los pioneros: litigios, pasiones, luchas de poder, mentiras, falsos testimonios, dudas, rencillas… todo lo que el Mal sabe urdir en el alma de los Hombres será y es usado para evitar que esta semilla crezca.
¿Y se derramará sangre, es inevitable? Porque es la sangre la esencia de la Ofrenda Cainita a su dios, Belcebú. Tarde o temprano, dice la evidencia, la sangre santa debería regar también esta Tierra Nueva.
Sin embargo, una diferencia hace la excepción: estamos a poco de la Victoria de la Generación de Abel, y la derrota de los hijos de la guerra. Y esa gran distinción nos avisa que esta vez no habrá sangre noble corriendo a marejadas por la historia gloriosa de los violentos, sino que será la sangre de los Consagrados que será por ofrenda a la Victoria de la Paz, ya no vertida sobre la tierra, sino que transformada en el Cuerpo, cumpliendo así con la indicación de Dios: que la sangre que nos da sed de pasión y clama por más sangre, se convierta en Agua Viva, y ya no tengamos sed, ni exijamos sacrificios, y ya nadie ore a Dios en este lugar o en esa casa, sino que todo Hijo de Abel vaya sembrando por la Creación con Dios en su Corazón y en su razón, y sean, por fin Agentes del Reino de Dios.
Así, la sangre que aún corre debajo de nuestros pies, sea un río de Agua Eterna con su suelo de piedra de Jade.
Enseñanza de JesúsCristo recibida la noche del 23 de Abril 2007