Cuando Charles Darwin propuso su idea sobre la evolución, de acuerdo a observación y en base a las creencias en tal sentido de otros personajes, incluyendo a su abuelo, Erasmus Darwin, ni siquiera se había conceptuado el nombre de los ‘dinosaurios’, y lejos se hallaba la ciencia de comprender el sistema de herencia contenida en el ADN. Fue, lo de Darwin, una idea, una propuesta de pura observación, pero los responsables de transformar esta tesis en ‘religión’ y en un ‘ismo’ casi inamovible fueron los ‘evolucionistas’ de inicios del siglo veinte. Del ‘sistema de creencia’ mal llamada ‘Darwiniana’ sale la teoría de la procedencia simiesca del Hombre.
Después de 150 años, a la luz de la ciencia y sus avances, mal podría alguna persona inteligente y con algo de formación universal, insistir en las teorías que los ‘evolucionistas’ han escrito y enseñado por todo este tiempo: solamente el desarrollo de la genética y la comprensión descifrada del genoma humano marca una ruptura abismal entre ‘lo que se creía’ y aquello que hoy es prueba y verificación.
Darwin propuso una teoría, no un dogma, y en dicho tiempo aún no se habían hallado los huesos del hombre de Neandertal, ni la medicina había entrado de lleno en el mundo de las bacterias para comprender el origen y combate a las enfermedades. No hablemos de la relación del Hombre con el Cosmos: era una quimera. La época de Darwin se enclaustraba aún entre las tenazas de una religión con exceso de inquisición y rebosante de deseos revanchista por los poderes políticos… perdidos para unos y por lograr para otros. Por lo mismo, una cultura oscura, limitada, temerosa y muy elitista no permitía mayores conjeturas y progresos a niveles masivos, y es esta realidad la que aumenta la levadura de los ‘evolucionistas’, quienes vieron en Darwin y su postura a una especie de ‘mesías’ que, por fin, liberaba a la ciencia de la alquimia y la sombra eclesiástica.
Hoy, la ciencia no ha podido confirmar el patrón hereditario que ate al Hombre con el simio: las diferencias en la composición del ADN son menores entre el Hombre y la rata, y enormes entre el simio y el Hombre…y nadie ha tenido la ‘brillante’ ocurrencia de teorizar que el ser humano sea la evolución de la rata. Debemos ser justos: la mala lectura y la pésima teoría de los ‘evolucionistas’ no es responsabilidad de Darwin. Él hizo y escribió aquello que estuvo a su alcance según sus medios y época. Y menos es achacable al hombre de ciencias la absurda negación de Dios que hasta ahora hacen los materialistas basándose en las creencias evolucionistas. Pero debemos asumir un hecho histórico: y es que desde la oscuridad de un tiempo, un hombre de ciencias quiso aportar, con su observación y propuesta, una posibilidad para entendernos cuan seres en un entorno único y entrelazado, y nunca quiso Darwin convertirse en lo que fue transformado por sus supuestos ‘seguidores’. Y eso nos enseña que todo aporte al conocimiento del Hombre debe estar basado en la humildad, y nunca el ser humano debe extraviar su mansedumbre ante el Creador: porque los pequeños dioses del evolucionismo se han visto desmentido, y desde el hoy presente nos parecen algo así como una camada que nunca aportó algo que nos condujera al progreso real.