La santidad no tiene «semana»

En los mercados del país la gente se aglomera en busca de productos del mar, otros vacacionan aprovechando días feriados, y en las iglesias del catolicismo se realizan los actos rituales ya conocidos y tradicionales. ¿Qué celebramos, o recordamos? Se nos dice: los tres días de la pasión, muerte y resucitación de Cristo. ¿Y es que no debiéramos estar entonces en un acto de reflexión ante tal portentoso evento? Pues bien, la paganización de la fe y sus hitos han conllevado a un tipo de ‘celebraciones’ por calendario que finalmente parecen una burla a Cristo y un remedo de culto que en verdad nada significa y en nada aporta al crecimiento espiritual del creyente, y menos del no-creyente, el cual agradece por los días sin trabajar.
 
Resaltar la muerte y el dolor por encima de los reales Hechos de Salvación es otra arista que, en la ensoñación de la costumbre no tomamos en consideración. Los Hechos que marcan la diferencia entre un tiempo antiguo, bajo una ley de vida nacida de la rebelión, caída y trasgresión, y un tiempo nuevo, bajo la Ley de Vida que La Gracia de Dios nos brinda por medio de JesúsCristo, se hallan descritos en los eventos de Los Tres Días de Victoria.
 
Cristo, el Dios de los Hombres y de los Ángeles, Uno con el Padre, el Verbo de la Creación… toma la muerte en sus manos y arrebata las llaves de ésta de las garras de Lucifer, cierra entonces los infiernos que ejercían potestad en el paso por la muerte de todo Ser; clausura también la ley del Abismo que tenía a los Hombres encarcelados en el giro incontrarrestable del ‘eterno retorno’ a la Carne y sus deudas; despierta, libera y asciende a los Santos dormidos: aquellos Seres de la Estirpe de Abel que en pleno tiempo de caída y trasgresión nunca negaron a Dios y buscaron servirle a gran precio, y por lo mismo éstos no caían en los Abismos, ni eran tomados por los infiernos, pero tampoco entraban al Reino Celestial pues éste se hallaba cerrado; Cristo el Dios abre los Cielos: aquella instancia de Vida en donde todo Ser puede proseguir la Vida Conciente y alcanzar las Instancias del Padre. Esa Victoria es La Salvación, y esto no se logra con la muerte en la cruz o por el dolor de la pasión, sino que son los Hechos definitivos que se suceden en los Tres Días de la Victoria que Cristo guía y comanda.
 
Victorioso, Cristo, el Verbo, vuelve entre Los Suyos, y visita ‘sus otros rediles’, es decir, la Estirpe Santa que se hallaba dispersa por todo el mundo, incluyendo tierras americanas. Al ascender, abre los umbrales de la Madre Sabiduría: el Espíritu Santo, un Magisterio Divino que enseñará a los Hombres las cosas y caminos de la Verdad… porque Dios es Verdad. Desde tales eventos de Gracia, vitales, trascendentes, todo Hombre ve despertar en si mismo el poder de Su Espíritu, y como Cristo enseña, desde ese Espíritu que en el Hombre habita, el ser humano puede entrar en Relación Personal con el Cristo Vivo, y hallar la vía a la Voluntad del Padre.
 
¿Para qué nos Salva Cristo? Para que una vez Salvos tengamos ante nosotros el propósito de alcanzar la Voluntad del Padre, y como nadie llega al Padre sin que sea Cristo su guía y pastor, es Cristo el único que nos puede mostrar el camino personal que nos coloca ante el Padre.
 
La Sabiduría de la Madre Espíritu Santo nos entrega el conocimiento superior que nos libera del saber humano y del ilustrismo mundano. Sin Sabiduría no hay Discernimiento, y sin Discernimiento no puede alcanzarse la Verdad, que Es Dios.
 
El pecado, la mácula espiritual que nos aleja de Dios, no es, desde los Hechos de Cristo, un estigma imborrable, y a decir de Pablo: ‘desde Cristo ya no nacemos en el pecado, sino que nos hacemos al pecado’. Y por el Arrepentimiento y el Perdón, y por La Consagración, eliminamos todo pecado y nos hacemos dignos Hijos de Dios.
 
Sin conciencia de estos Hechos y Gracia ¿de qué vale el ritual huero y formal? ¿O comer pescado o evitar consumir carne?. Es la Conciencia del Valor y Contenido de La Salvación… asumir LA RESPONSABILIDAD PERSONAL que nos pone el objetivo de sembrar en esta vida aquello que recogeremos después de la muerte… aquello que nos medirá, uno a uno, persona por persona, el día de nuestro balance final; y nunca será gravitante la religión que profesamos, el cumplimiento formal de los ritos, o la asitencia al culto. Todos somos pesados y medidos por nuestra Verdad Interior, por la verdad de la fe que NOS VIVE, por la coherencia y transparencia que aplicamos en todo aspecto de la existencia, siempre con Amor por Dios y temor a fallar a su Justicia y Magnanimidad. Pero fundamental es y será si hemos o no asumido a Cristo como a Nuestro Dios y Salvador, y si con el Dios Vivo nos hemos puestos manos a la obra para alcanzar La Voluntad del Padre, y si con humildad hemos abierto nuestro Ser a La Sabiduría de la Madre Espíritu Santo. De eso depende nuestra grandeza. El resto: ¡que cada uno haga según su Índole!

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