Si no creemos en Dios, no tratemos a Dios. Si creemos en una divinidad distinta a la de otros, vivamos nuestra fe y dejemos que los demás hagan lo suyo. Pero desde el laicismo extremo y el ateísmo con más o menos bases ideológicas no es serio, riguroso, recto y responsable mezclar a Dios en la crítica o en la afirmación de posturas ajenas al campo de la fe. Si el laicismo a ‘raja tabla’ o el ateísmo que se pregona es sólido y firme no habrá necesidad de recurrir a la figura de Jesús y sus supuestas enseñanzas para cimentar las propias ideas, y menos un ateo debiera ni siquiera referirse a Dios, porque mal puede hablar de algo que no existe, según su filosofía. Cuando un espurio ateo extrema su propia odiosidad hacia Dios, en realidad no es un ateo terso, sino un resentido con Dios… en el cual cree… pero lo niega. Y si la fe en la divinidad que hemos elegido no es real, sino formal, es natural la necesidad de reafirmar la propia creencia destronando y abominando en contra de otros dioses, reales o ficticios.
Bajo el arco amplio que abriga a quienes proclaman a JesúsCristo tenemos el deber de establecer la crítica constructiva, bien argumentada y respetuosa, aún si firme y directa. Es esta una responsabilidad de quienes nos reconocemos en Cristo, y no de quienes lo refutan o lo usan desde vertientes que no profesan la fe en el Salvador. Hacemos uso de ese derecho, en ese marco, y aceptamos ser observados y criticados… bajo los criterios antes mencionados.
El creyente cristiano, y las personas nacidas bajo cultura cristiana que no pertenecen a las iglesias y buscan algo diferente que les dé respuestas a sus inquietudes, arrastran una actitud y un modo de concebir la fe, y sus prácticas, que refleja el síndrome del cliente ante la oferta, y prima en muchos un criterio de negociación con Dios. El mundo del consumo ha inculcado la mala mentalidad de mercado en la manera de relacionarse con la fe, y las iglesias han jugado con esta tara para acoger al creyente flojo y pasivo que permita a la institución seguir marcando masividad en los censos y encuestas. Con respaldo cuantitativo hay presencia política y se es parte de la nomenclatura, de otro modo no se es importante. Es esa la mentalidad cliente-mercado, y eso es política, no fe ni Camino de Fe.
Esta cultura del creyente implica ofrecer nuevos modos de cultos para atraer y mantener cautivo al cliente: si es necesario convertir el altar en un escenario de parafernalia, se hace; si para no quedar con las arcas vacías y los banquillos empolvados se debe salir a la calle a bendecir carnavales, recitales, desfiles con atuendos con figuras de demonios… se hace, de otro modo esta masa de gente buscará a otros que los guíen. Y como ya se está abiertamente en el mercadeo: no hay vergüenza en producir largas jornadas de especies de ‘teletón de la fe’ para recoger dinero a destajo mientras se prometen milagros y avivamientos por decenas… a según de la cantidad ofrendada.
Cuando se quiere criticar tanto la aberrante historia de algunas iglesias, como la nueva desfachatez de otras, los malos intencionados dirigen sus venenosos dardos a JesúsCristo y a Dios, y en base a los yerros e incoherencias de las religiones institucionales quieren demostrar sus argumentos en contra de la divinidad. Pero desde la práctica de Fe no podemos temer a ser realistas y andar siempre con la verdad delante de nosotros: sí hay una historia de aberraciones, y hay costumbre arraigada de abusos a menores en el catolicismo (y de hoy es la situación de la iglesia de Irlanda, la cual coloca este asunto sobre un juicio definitivo, a petición de los católicos de dicho país); hay una tergiversación del Sentido de Cristo flagrante y radical en las prácticas de muchas iglesias de nuevo tipo que usan masivamente los medios de comunicación. Debemos criticar el fanatismo sectario de la vertiente bíblica que ha encerrado a Dios en un único libro y ha dispuesto sobre el Dios Vivo un bozal por ellos manejado, y lo han sometido a sus exclusivas reglas interpretativas. No debemos esconder los hechos, y es deber de honestidad separar este sucio heno de los Hombres de la pura realidad de Dios.
Si salimos de este entramado, hallamos a muchos que dicen creer, pero no encontramos entre quienes ‘buscan’ y declaran ser ‘buscadores’ un nivel de responsabilidad y entrega mayor que los diferencia del común creyente genérico; el único grado de compromiso parece ser y hallarse bajo la acérrima pertenencia eclesiástica, que es siempre un modo de enclaustrarse en una secta. La ‘cultura del creyente’ es tan fuerte que también quién rechaza lo instituido pretende que ‘lo ganen’, luego que ‘lo convenzan’ y al final que la orgánica de algún modo ‘lo acepte’, ‘lo acoja’, ‘lo ayude’, y que ésta muestre agradecimiento por su presencia. Seguimos en y con la mentalidad del cliente en el mercadeo. Esta cultura del becerro no soporta presiones, no tolera intromisiones que violen sus incoherencias y sus lagunas de lodo en lo moral: acude a cada rato a su derecho a ser perdonado y reclama para sí la misericordia de la cual escuchó hablar. Es la cultura de los hipócritas que tanto criticó Jesús.
Esta Dispensación no acepta, por su itinerario y forma de aplicar la Fe en la persona, ese malvado maniqueo de los fariseos de hoy. La Coherencia es en este Camino una regla interna que debe quedar patente en nuestra acción cotidiana. Porque si decimos que nuestra Fe es Cristo, lo recto, lo riguroso, lo verdadero es entender bajo Discernimiento personal qué -quién- es Cristo, y eso conlleva a la urgencia de vomitar todo vestigio de esquema inculcado bajo la raída cultura religiosa. Para llevar a cabo esta investigación se requiere Disciplina, Constancia y Rigurosidad. Entonces saltan los mecanismos farisaicos que cientos de años de ignorancia en los modos de la fe nos atan a formalidades sin responsabilidad… y siempre haciendo todo lo de Dios en modo superficial.
Responsabilidad y Coherencia en la Acción de Fe, eso es lo que debemos lograr para ser personas dignas, porque la indecencia de seguir manoseando el nombre de JesúsCristo debe hallar de parte nuestra la más clara e inmediata repulsión y rechazo, no con violencia o largos debates, sino colocando nosotros la otra cara: y esa otra cara es la Disciplina en la Fe, la Coherencia, la Vivencia Espiritual, la Responsabilidad y el Testimonio de Paz.
El Cristo del cual hablamos no murió en la cruz romana, sino que Triunfó en los Tres Días en que alzó para la humanidad un Nuevo Templo. El pecado del cual el Cristo Victorioso nos liberó nunca ha recobrado vigencia, y a pesar de la adoración a la culpa y al pecado de muchos que han proclamado por siglos el nombre de JesúsCristo, sigue presente la Ley de Cristo que dictamina que ‘por La Gracia de la Salvación el Hombre No nace en el Pecado, sino que se hace a éste’. Conocemos al Cristo Vivo de La Gracia, no de la condenación. Pero en donde el punto de la Coherencia y de la Responsabilidad queda evidente es ante esta cuestión fundamental: si el objetivo de la Salvación de Cristo es que cada Ser alcance la Voluntad del Padre, bajo Su Conducción… ¿puede un Hombre lograr ese único propósito real colocado por CristoJesús bajo la condición del genérico creyente, tal y cual hoy es y actúa?, ¿Garantiza el culto al cual se pertenece esa única altura a la que Cristo nos llama? Lograr la Voluntad del Padre bajo la Conducción del Cristo Vivo implica que la persona se proponga a sí misma cuan vehículo en el cual llevar a cabo el gran viaje, y si uno mismo es el vehículo, es menester preparar este medio de acuerdo a los requisitos de Consagración que Cristo pide a Los Suyos.
Nadie puede reemplazar la Conducción de Cristo: el deber del Sacerdocio de Cristo es ejercer mayordomía y santa administración sobre los métodos, llaves, modos y estados de Consagración, pero siempre con el objetivo de que el Consagrado alcance su Relación Personal con el Cristo Vivo.
Esta realidad de Consagración se ha topado con el duro muro de la cultura del creyente, que se muestra naturalmente irresponsable, majaderamente clientelar, propenso a la violación sistemática de los deberes, inerte y flojo ante la dificultad; es costumbre, inconsciente quizás, pero muy arraigada, siempre esperar que ‘lo institucional’ lo pastoree, y de todos modos actuar como oveja pronta para ser abrigada en el redil sin que le den muchas tareas… También en el sacerdocio y el pastoreo se puede hacer carrera: entonces el ego impulsa el sentido arribista de la necesidad de ejercer poder y figuración. El incentivo de la competitividad y los egos desenfrenados son parte del capital de una institución mundana. En la Consagración estas formas y normas del mundo chocan con la realidad espiritual. Nuestra gran lucha por poner por Obra la Voluntad del Padre ha tenido un duro escollo en esta costumbre del creyente, que es transversal y hace parte de la mentalidad del Hombre común en estos tiempos.
¿Qué busca el Hombre en Dios? Una religión, una pertenencia psicológica, una libre asociatividad, un remanso afectivo, un puerta oportunista que al final lo lave de sus inmundicias, una carrera para el ego, el faltante sentido de ser acogido, tramos de éxtasis y desahogos, una razón para su saber intelectual, un modo de hacer política… qué queremos, y qué dios queremos: aquel que nos cuadra con nuestras formas de pensar, que no litiga con ciertos esquemas personales, que siempre está en el raciocinio del pastor y no me compromete, que de todas forma nunca se escapa de un libro que interpretamos… ¿Nos colocamos cuan humanos e imperfectos ante el Dios que Es?
Una Dispensación es una escala abierta desde una altura media hasta lo más sagrado del Reino. La Consagración, no la creencia, es esa altura media para comenzar a subir. La Voluntad del Padre es la instancia mayor a la cual Cristo En Persona nos conduce.
El Hombre no puede entrar en Relación con el Cristo Vivo si no Nace de Nuevo, y en la Nueva Vida debe ser Gobernado por su Espíritu, y bajo la conducción de Cristo En Persona debe presentarse ante el Padre para recibir de Él La Voluntad que luego el Consagrado deberá poner por Obra. Para hacer este Camino de Vida Nueva la persona debe superar lo religioso-institucional, lo cultural, las costumbres y sus visiones humanas de Dios, y de sí mismo; eso requiere aquella Fe que mueve montañas… porque para este caminar espiritual no basta la ‘fe de la esperanza’.
La Coherencia y la Responsabilidad son dos virtudes que el Consagrado asume como propias, y por lo mismo el Hombre logra la gran meta de ‘vencerse a sí mismo’. La Consagración transforma al Hombre y lo hace Hombre Superior.
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