En la primera quincena de Agosto, la prensa internacional mostró al mundo la impactante noticia sobre la condena a muerte por lapidación, de una mujer iraní, sorprendida en adulterio. La mujer que ya había recibido 99 latigazos por sus faltas, podría ser dejada en libertad gracias a la presión de la comunidad internacional.
La lapidación es una forma muy antigua de ejecución donde los presentes lanzan piedras contra la persona sentenciada, hasta matarla. Es sin duda una manera muy lenta y dolorosa de morir. Este castigo se aplica en siete países: Irán, Afganistán, Somalia, Arabia Saudita, Sudán y Nigeria.
La lapidación se lleva generalmente a cabo estando el condenado (a) cubierto por completo con una tela (para no ver los efectos), enterrado hasta el cuello o atado de algún modo mientras una multitud de personas le lanza piedras. Estas ejecuciones se realizan principalmente en países musulmanes con prácticas culturales y religiosas más radicales.
En Afganistan, el 18 de Agosto recién pasado, apedrearon a una pareja acusada de adulterio. Los talibanes acusaron a la pareja de mantener una relación extramatrimonial y de intentar escapar juntos, y un Consejo o “shura” decidió lapidarlos por adulterio, el castigo que les fue aplicado en público, ante unas 200 personas.
Si bien como método se aplica en diferentes ámbitos en donde las personas caen en faltas muy graves y siendo una ley aplicable a hombres y mujeres, principalmente se ha asociado al adulterio en la mujer, sustentado en un pasaje bíblico (Deuteronomio 22:20,21) donde se señala que las mujeres que no lleguen vírgenes al matrimonio deberán ser lapidadas.
El hombre reacciona con estupor cuando se entera de una situación como esta y muchos exclaman ¡Cómo es posible que aun pasen estas cosas!, pero en realidad tanto en la antigüedad como hoy, el acto de lapidación no solo considerando como ejecución física, se puede observar en la conducta humana, toda vez que de alguna forma convierte al hombre en juez y, fundamentalmente, en verdugo.
¿Qué nos enseña Cristo respecto de esto?
Cuando los escribas y fariseos llevaron ante la presencia de Jesús una mujer sorprendida en adulterio y le dijeron: “Maestro esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo de adulterio, y en la ley nos mandó Moisés apedrear a tales mujeres, Tú pues, ¿qué dices? Y Jesús responde: “El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la primera piedra”. Pero ellos al oír esto acusados por su conciencia salían uno a uno, comenzando desde los más viejos hasta los postreros; y quedó solo Jesús y la mujer que estaba en medio. Enderezándose Jesús y no viendo a nadie sino a la mujer, le dijo: Mujer, ¿Dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó? Ella dijo: Ninguno Señor. Entonces Jesús le dijo: Ni yo te condeno; vete y no peques más”.
Con esta enseñanza Cristo libera la condición establecida en la Ley antigua, y establece el perdón asociado a un acto de Arrepentimiento en la toma de conciencia que la persona debe ejecutar para poner fin a sus faltas y establece la vara para ejercer los juicios.
Sin embargo el acto de condenación (enjuiciamiento) es una actitud permanente en el hombre contra su prójimo, que no tiene tiempo ni lugar, como no lo tiene su efecto, acciones de agresión, de violencia sicológica, de discriminación, de explotación y abuso… otra forma de lapidación… Enjuiciamos, condenamos y “lapidamos” a diario a personas y generalmente vemos la paja en el ojo ajeno y no vemos la viga en el nuestro. Descargamos nuestra ira y rabia muchas veces contra inocentes sin asumir las consecuencias.
JesúsCristo en su intervención nos muestra su infinito amor y misericordia por una mujer que ha sido condenada por los hombres.
La exhortación que nos hace, a partir del hecho de la mujer adúltera, es realizar un acto de conciencia; el perdón. Una mirada hacia nuestro interior, una mirada a nuestra verdad, aquella que no podemos ocultar. Nos invita a no ser superficiales ni incoherentes, a dejar de ser verdugos y a transformarnos en personas capaces de respetar la vida y vivir la misericordia, incluso contra aquellos que no nos han tratado bien.
Hoy tendemos a mirar en nuestro entorno, a destacar el error en los demás, su incoherencia, sus yerros y somos ligeros en emitir juicios, en encasillar a las personas por las apariencias, por las formas, en emitir un dictamen a partir de un hecho o de una acción. Presumimos, descalificamos o valoramos según visiones muy pequeñas y parciales. No somos profundos, ni sabios.
Si llegamos a comprender y vivir el acto más sublime que un Hombre puede realizar; perdonar, para desatar toda deuda y deudores sobre esta tierra, estaremos realizando y viviendo un verdadero acto de liberación. Sin embargo, para llegar al perdón debe existir el arrepentimiento de las causas que provocaron la falta y la toma de conciencia. De esta manera dejaremos de ser jueces y verdugos de nuestro prójimo y aceptaremos que el que tiene la autoridad para juzgar es quien tiene verdaderamente una mirada objetiva sobre cada uno de nosotros, JesúsCristo.
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