La fe que nos mueve no es la fe de la esperanza. La Fe que nos vive es la Fe que mueve montañas. Tenemos conciencia de lo que Cristo nos Salvó y del Plan que Dios está ejecutando, porque tenemos una relación personal con Cristo Vivo. La fe de la esperanza que se nos inculcó por educación religiosa es aquella fe que no se involucra con Dios, esa fe deja todo en manos de Dios y no hace nada por indagar y compenetrarse con la Voluntad del Reino. Esa fe es una fe ignorante, una fe que rebaja la relación personal con Cristo que puede tener todo ser de Fe. Esto es ignorancia del gran portento de Salvación que Cristo ejecuto en los tres días en su paso por la muerte; donde arrebata el poder que tenía el demonio sobre la muerte y cierra los infiernos; cierra la ley del eterno retorno (reencarnación) que tenía al hombre condenado a vivir en esta existencia terrenal; abre los cielos (plan de inmortalidad) para que el hombre llegue al mundo que Dios determine según la siembra de cada hombre y ya no permanezca encarcelado en este mundo temporal; despierta y eleva a los santos que esperaban la liberación del Mesías; despierta el espíritu en el hombre y la mujer, y desde esta victoria sobre la muerte todo ser de fe real (no formal) en Cristo está en condición de recibir el Magisterio del Espíritu Santo, quien nos enseñará todo. Desde este hecho el hombre ya es Salvo, el hombre ya no es un esclavo del pecado, sino que es un ser libre y desde esa libertad espiritual concedida por Cristo debe optar por conocer la Voluntad del Padre y poner por obra su designo.
Las tinieblas después de esta derrota irreversible, durante estos 2 mil años han intentado ocultar, callar, manipular y tergiversar este hecho Salvador y las consecuencias benéficas hacia el espíritu del hombre, porque si un ser de fe conociera que desde esos tres días de Victoria de Cristo puede establecer una relación personal con Dios, las tinieblas perderían poder sobre esa alma. El demonio lo que busca es que el hombre sea esclavo como lo era antes de que Cristo viniera a ejecutar la Salvación del hombre. Quiere seres ignorantes guiados por unos pocos, quiere doctrinas en base al pecado, al sufrimiento y la culpa, quiere religiones capaces de llegar a la violencia por “amor” a Dios, quiere poderes espirituales en base al miedo y la condena. Persigue que nunca un ser establezca una relación personal con Cristo, porque ello sería nuevamente una derrota y reafirmación de la Victoria de Cristo.
Con esta conciencia nos damos cuenta como los demonios juegan con la fe de los hombres, y el hombre alimenta estos modos errados de concebir la fe. La fe de la esperanza siempre mantendrá al ser sometido a su iglesia o a lo que diga el pastor, o sometido al temor y la culpa, o esperando que algún día Dios se acerque a el, se manifieste de algún modo, pero siempre habrá una lejanía con Cristo, ¿es eso verdadera fe?
La Fe que mueve montañas tiene la esencia del hecho Salvador ejecutado por Cristo: que todos podemos tener una relación personal con Cristo, recibir Espíritu Santo y llegar al Padre Creador.
La fe de la esperanza no permite que el Magisterio del Espíritu Santo se pose en el ser y le dé una visión superior de la realidad divina y terrenal, porque el peso cultural y la doctrina de la culpa han definido que toda tentativa de vivenciar a Cristo y lo tangible del Reino es soberbia. Por eso la fe de la esperanza mata el discernimiento espiritual y anula la libertad del hombre y la posibilidad de ser instruido en primera persona por el Reino Vivo que se ha acercado al hombre en estos tiempos. El ovejismo es contrario a la Fe que mueve montañas.
La relación personal con Cristo hace caer estos modos añejos y caducos de vivenciar la fe en Dios. Libera al hombre de la ignorancia espiritual y de esa mentirosa distancia infinita entre el hombre y Dios que el mal siembra entre los hombres. Desde Cristo en Jesús el hombre es libre y puede tener a Cristo en sí mismo si en su libertad se lo permite, y esta íntima relación con Cristo debe tener por meta llegar al Padre y poner por obra su designio. Todo otro objetivo es ilusión.
La Fe que mueve montañas es un espíritu que fortalece y llena de vida, y da sabiduría al que consagra su vida a Cristo para llegar al Padre, haciendo que toda misión por más difícil que parezca sea posible llevar a cabo, porque desde la Fe que mueve montañas el ser tiene a Cristo en su esencia y ya no es su capacidad humana lo que lo mueve, sino que es Cristo quien ejecuta la obra encomendada desde el interior del ser. Esto es lo que dice el Apóstol Pablo: “Yo ya no vivo, Cristo me Vive”.
La Fe que mueve montañas moviliza al ser hacia la voluntad del Padre, y ningún obstáculo condiciona su meta trascendental, haciendo de toda prueba un peldaño de sabiduría hacia la Voluntad del Creador.
La Fe real es amar por sobre todas las cosas de este mundo a Dios Padre y entregar la vida a JesúsCristo.
Sacerdocio bajo la Ley de JesusCristo