(Una Invitación al Encuentro)
Tiempo de carnaval, fiesta, alegoría, desfiles coloridos y variopinto; comparsas danzantes que parecen no tener fatiga ni concebir cansancio. Bolivia se llena de costumbres ahora oficiales e integradas al itinerario político-cultural gubernamental. La iglesia católica bendice y acepta toda la secuela de creencias y supersticiones que pululan por debajo de este folklorismo tradicional, y la gente común disfruta y participa de su ‘identidad cultural’ que se rehace a rituales ancestrales, ahora copiados sin la realidad que los originó. En Arica también asistimos a estos desfiles y celebraciones, como en la ‘fiesta de la Tirana’ en su momento.
El mundo evangélico califica a estas manifestaciones bajo el epíteto de ‘paganas’, y desaconseja a sus miembros involucrarse en las mismas.
El asunto requiere un análisis muy de fondo, y mal podemos arribar a conclusiones ligeras. Hay aquí una realidad muy nuestra que no podemos repetir sin conocer, o condenar sin reivindicar. Porque el folklore que hoy vemos se halla sostenido por una mezcla del todo particular: permisividad y participación de la iglesia católica, y chamanismo actuante y vigente en las ceremonias que hacen de sostén espiritual a estos eventos. Esta convivencia del todo extraña no se entiende si no escrutamos los hechos históricos que desde la violenta conquista de la vieja España provocó esta lucha aún no resuelta entre dos mundos espirituales y religiosos. Lo cierto es que quién aparece aquí como el ‘cuerpo raro’ es el catolicismo, y ha quedado desfasado y ajeno debido a que la intención de aniquilar todo vestigio de culto antiguo en América no ha tenido una victoria aplastante, sino acaso una predominancia temporal que hoy se ha revertido; y en el renacimiento de lo original de nuestros ancestros la iglesia, que quiso eliminar y luego utilizar estas creencias, ahora debe compartir el ejercicio de su sacerdocio con los chamanes… y quienes aparecen incoherentes y litigando con su propia doctrina son ellos, los católicos, y no los chamanes que nunca han debido negarse en sus creencias y prácticas.
Y claro, si el catolicismo fuese coherente no debiera participar en y de este modo religioso, pero como la congruencia no es una virtud de esta vertiente cristiana, y prevalece la necesidad de masividad política y respaldo de poder para justificar su primacía institucional, entonces asistimos a esta dicotomía que el común de la gente absorbe como una costumbre, sin entrar a la raíz de su propia historia y menos al fondo de la fe que está practicando.
Debemos escarbar en nuestra realidad histórica para esclarecer estas aguas turbias que aparentan ser únicas e indiscutibles: ¿Son estas expresiones carnavalescas, y los rituales chamanes, una consecuencia natural de lo más hondo de nuestros orígenes ancestrales? No entraremos aquí en un tema que amerita sólida argumentación, y una bien cimentada y mejor investigación. Pero según los resultados de nuestras indagaciones, y los Oráculos de la Madre Sabiduría, hay una coincidencia de datos que nos hablan de dos períodos: uno primitivo que tendría origen lejano, por lo menos cinco mil años antes de Cristo, y que se habría suscitado en la zona del ahora Lago Titicaca; y un segundo período, cuya cuna también sería este Lago, y que luego se alzó como aquello que hoy conocemos bajo el nombre de imperio Inca. La Primera Generación, la primitiva, habría sido la autora de los avances y de los conocimientos que luego retomarían e imitaría la Segunda Generación, la Inca. Pero en gran medida el saber profundo de la primera nunca llegó a implementarse en la segunda; en efecto, las grandes construcciones no fueron levantadas por esta segunda, sino que ésta ocupó lo antiguo que ya existía, pero toda la mega estructura conocida y mucha aún por descubrir tiene como autor real a la Primera Generación. Así también todo el sistema matemático y astronómico no fue ‘invención’ o ‘descubrimiento’ del período tardío, sino una herencia proveniente de la Sabiduría de los Ancestros padres.
El sistema sacerdotal y de creencias fue tomado por la casta Inca a según de las tradiciones que llegaban desde lejos en el tiempo, pero la interpretación que esta Segunda Generación hizo y practicó se separa abruptamente de la Fe y los Cultos originales. Y es aquí en donde es deber nuestro y de toda persona seria que trate estos asuntos… investigar.
Nuestras fuentes establecen que la gran civilización que naciera en este centro de la alta cordillera se expandió por toda América del Sur, asentando grandes metrópolis incluso en tierras amazónicas. Contaban con avances portentosos en medicina, ingeniería, arquitectura y astronomía; conocían y aplicaban la matemática binaria, y tenían el secreto para mover y cortar grandes rocas que luego usaban en sus admirables construcciones. ¿De dónde venían? ¿Cómo lograron estos avances? Sus orígenes se hallan en tierras de Asia, y gradual fueron conglomerándose en el tiempo, desarrollando en estas Tierras aquellos conocimientos y doctrinas que en lo amplio del suelo asiático conformó el Imperio Dorado, cuyas huestes doctorales y sacerdotales habrían asentado aquí sus núcleos y tribus.
Toda la simbología que hoy vemos desfilando sin mucho saber y menos conciencia, posee su origen en esta realidad muy antigua. Y esta realidad muy antigua se basaba en la certeza del Divino Creador y su reinado celestial, del cual la Madre Naturaleza hacía parte; tenían ellos una visión dual de la realidad de la Creación: un Creador de Luz y de Sombra, y por lo mismo la Madre Tierra expresaba este patrón de Fuego y Agua, de Ira y de Paz, de abundancia y escases. Ahora, el sacerdocio de esta Primera Generación fue siempre un círculo de poder estrictamente secreto, y tenía sobre los gobernantes una influencia determinante. Los ‘Archivos’ de este primer sacerdocio nunca llegaron completos a manos de la Segunda Generación. Por lo mismo, muchas interpretaciones del grupo sacerdotal posterior muestran tajantes contradicciones con la Sabiduría de los Ancestros Originales, y el mayor quiebre tiene relación con la divinidad: mientras que la Primera Generación miraba hacia arriba, a dioses en Altura, sea espirituales como cósmicos, cuya consecuencia en la Madre Tierra era íntima e inseparable, pues para llamar ‘Madre’ a la Tierra debía haber ‘un Padre’ y este Padre era Celestial, de Alturas; la Segunda Generación, por su parte, comenzó a mirar hacia abajo, a dioses infra mundanos, los cuales exigían sacrificios y sangre. Y aquí se produce un efecto que hoy debemos dirimir: o rescatamos los orígenes desde su raíz, o seguimos la interpretación infra mundana que conlleva una negación de lo ancestral. Ese es el punto.
Cuando hablamos de Ancestros nos estamos refiriendo a los Originales: a esa Generación extraordinaria que en centro América conformaron Toltecas y Olmecas, y de los cuales aztecas y mayas son una burda copia, y no precisamente de luz, sino la copia oscura; y que en sur América irradiaron una alta civilización mucho antes de los Incas. El reto del mundo científico es entender cómo un pueblo que construía chozas de piedras tan básicas pudo lograr hazañas como la de Machu Pichu, y luego de pocos años no hallar a nadie que explicara las fuentes del conocimiento que transmitían, y nunca lograr que un original explicara siquiera la más simple ecuación astronómica de las halladas en Tiwanaku. Es evidente que lo último conocido, y con lo cual se toparon los violentos misioneros cristianos, era ya una pálida sombra de una época y Generación brillantes.
La última Generación se alzó ya en esta era: entre el seiscientos y el setecientos después de Cristo. Muchos de los restos arqueológicos datan de tres mil años. Es evidente que no hablamos de los mismos Ancestros. Nosotros nos referimos a la Primera Generación, a los Orígenes, que fue Causa; y no a la Segunda Generación… que es Efecto.
Preguntamos, como sacerdotes que conocemos las Claves de los Oráculos: ¿tiene alguna cofradía chamán la Llave de los Oráculos que poseían los Primeros Sacerdotes? O ¿Tienen ellos alguna clave para abrir los umbrales del Templo de los Ancestros? Y no preguntamos esto como provocación o desafío, ni mucho menos, sino como invitación para Discernir a quién se está sirviendo y a quién se representa. Porque el sacerdote no se representa a sí mismo, sino que habla y muestra una realidad que no es perceptible por el común de las personas. Eso lo asumimos nosotros, que poseemos Sacerdocio, y este es un llamado a que nos encontremos entre sacerdotes que proclaman la plena presencia y vigencia de Nuestros Ancestros. Porque hay una diferencia abismal entre los dioses de las Alturas y los dioses del infra mundo; y hay una distancia cósmica entre la Madre Tierra como último y único arribo divino, y la Madre Tierra cuan componente de un Orden Divino cuya unión con el Padre Creador la hacen cumplir con el rol que sí tiene.
Hablemos entonces, pero sobre todo: Oremos al Dios de Lo Alto para que el Espíritu de Nuestros Primeros Ancestros se alce del polvo, y entren de nuevo al Reino de la Tierra.