Entre los Creyentes no existe una total claridad respecto a lo que nos pone en falta frente a Dios. Los teólogos e intelectuales de la Cristiandad han establecido como condición permanente del Hombre el ser pecador, porque argumentan que aún estamos ‘amarrados’ al Pecado Original, una culpa perenne que debemos cargar sin posibilidad de liberación definitiva. Bajo esta premisa se somete al feligrés a ritos repetitivos, rezos repetitivos, ceremonias que no se entienden en su significado… todo se condiciona al cumplimiento de formas sin valor espiritual y lo que no se cumple… es pecado: no participar del culto del fin de semana, es pecado; no obedecer a su doctrina o cuestionarla es estar fuera de lo que Dios considera como Su iglesia, por lo tanto, pecadores; comer carne, tomar café, participar en fiestas, es pecado; no leer la Biblia, o leer otros escritos fuera de este, también es pecado; tener relaciones sexuales… Cada uno desde su vereda. Según esto cada persona podría establecer sus propias reglas al respecto. Podríamos sentenciar entonces que una tribu en África está en pecado porque no conoce de la Palabra de Dios, pero a su vez ellos podrían apuntarnos con el dedo diciéndonos que envenenamos la naturaleza, cuando botamos basura en los ríos… y también seríamos pecadores. Es todo tan subjetivo, tan vacío, tan lejano a lo espiritual, como si Dios no tuviera un Orden y una Verdad desde siempre.
Toda condición del Hombre a través del tiempo, tiene un antes y un después respecto al trascendental suceso de la venida de Cristo a este mundo, encarnado en Jesús. Antes de Cristo, el Hombre efectivamente estaba condicionado al Pecado Original, una Caída causada por la desobediencia a Dios y que colocó al Hombre ligado a los bajos instintos y las pasiones de su alma en desmedro del espíritu, es decir, el espíritu no podía gobernar su vida ni darle la sabiduría para conducirse fuera de las tentaciones del Mal, ni entregarle las claves de elevación hacia lo Divino. Los Cielos estaban cerrados, por lo tanto, no existía posibilidad de purificación de los pecados, lo que tuvo como consecuencia que cuando el Ser dejaba este mundo en su paso por la muerte, volvía a reencarnar en otro cuerpo, pero manteniendo sus pecados y acumulándolos vida tras vida. Estaba como en una cárcel. Esa era la Ley que regía a todo Hombre común. Esta condición permaneció invariable hasta la Venida de Cristo en Jesús, lo que cambió radicalmente como consecuencia de los Tres Días del paso por la muerte de nuestro Salvador.
La Ley antigua quedaba obsoleta, dando paso a una nueva Ley de Vida, de Inmortalidad y Vida Eterna. Consecuencia de esto es que el Ser ahora nace en INOCENCIA, sin deudas que arrastre, sin mácula… POR LA GRACIA DE CRISTO. Y es Gracia porque el Hombre fue liberado de esta antigua condición nefasta sin que haya hecho mérito alguno para merecerlo, sin que lo haya pedido, o sin que haya optado. Es el Amor puro de un Reino que es celoso por elevar y recuperar lo que le Pertenece: el espíritu en el Hombre, bajo su conciencia y sin coartar su libertad.
La Gracia nos hace libres: una libertad para Optar, para discernir, para tomar conciencia espiritual… para Consagrarnos. Todos somos carnalmente imperfectos, humanos, duales, mortales y propensos al error y toda condición que provenga de estados emocionales, ligados al alma, de patrones de carácter, de frustraciones mal canalizadas, tan arraigadas en el ser humano, no son pecado, sino condiciones naturales del Hombre, cuya prueba de vida es precisamente vencerse en estas conductas, para dar libertad a su Espíritu y cumplir con el objeto de su venida a esta Tierra.
Para entregar esa libertad al Espíritu se requiere de lo justo y no de excesos ni de privaciones que lo violenten. Armonizar la mente, educándola en la meditación, alimentándola con lectura y estudio de textos sagrados, discerniendo la Verdad de Dios, reflexionando con amplitud de visión y misericordia, respetando las distintas culturas y formas de vivir, tolerando a otros… todo esto sin lugar a dudas nos alejarán de están condiciones que coartan la libertad del espíritu que nos vive.
Revisar nuestros sentidos, lo sensual y sus formas de manifestarse, las costumbres o las malas costumbres, que pueden inducirnos a errores y falsas dependencias; conocer nuestro carácter y sus expresiones, nuestras carencias y virtudes que son naturalmente propias; lo emocional y la aceptación de la emocionalidad del otro, nuestra relación con el mundo… pueden ser armonizadas con la aceptación de la inducción de nuestro espíritu que nos regala la Paz de su Origen y nos enseña a amar como Dios Ama, con Libertad y nunca con dependencias. Esta nueva conciencia va alejando nuestro hacer, sentir y pensar de los instintivo y pasional… y va poniendo el centro hacia lo superior.
Pecado es entonces aberración en contra de la inocencia y de la inducción espiritual en el Ser. Toda obra y pensamiento que se coloque en contra de la naturaleza espiritual de la Persona, es pecado, es decir, ‘mácula’.
Pecado es la ruptura, negación y traición (anatema) de un pacto con Dios. Esto conlleva a la premisa: para que el pecado exista debe haberse acordado, convenido o pactado algún elemento sagrado, cuya proveniencia y objetivo es puesto por Dios -y no por el Hombre- y que éste acepta en conciencia y libertad.
Si Pecado es “aberración espiritual”, “macula espiritual”, “caída espiritual”, es claro entender que no es imputable a imperfecciones humanas, y nada que tenga que ver con “ofensas a la moral”, sobretodo si la moral la definen los Hombres.
Tal como el Apóstol Pablo lo expresa claramente, en el curso de nuestra existencia nos vamos HACIENDO AL PECADO cuando vamos perdiendo la inocencia original de niños con la cual entramos a esta vida. Pero por esta misma Gracia, en esta misma vida, tenemos la gran oportunidad de liberarnos del pecado, y en nuestro paso por la muerte ahora seremos juzgados por Cristo bajo un juicio justo, el que no nos dejará presentarnos al Padre si no estamos puros, y nos conducirá al Reino del Padre, si estamos libres de máculas.
En definitiva, lo que nos purifica por propia decisión es el espíritu: vivir el espíritu, vivir en el espíritu, conocer el espíritu, dejarse inducir por el espíritu. Para esto, y sólo para esto, la oración, lo ritual, los Sellos, las ceremonias espirituales, cumplen un propósito de toma de conciencia de la Gracia que nos libera del Pecado, en el Camino de Consagración que Cristo conduce para que alcancemos la Voluntad del Padre.
Le invitamos a la reflexión profunda, a concebir el pecado en su connotación espiritual, a comprender que va ligado al estado de conciencia, a vivir bajo la certeza de que toda condición de imperfección humana no es pecado, que todas estas condiciones Cristo las conoce y las concibe como naturales al Ser Humano, y establece en Su Ley la clave de la victoria sobre nosotros mismos… Cristo nos liberó de una antigua Ley de vida, cuyo “pecado original” fue efecto de la desobediencia a los Planes de Dios… toda doctrina que vaya en contra de esa libertad ya ejecutada, va en contra de Cristo, niega la Venida de Cristo en Jesús, se opone a Cristo y su Ley… (Léase “anti Cristo”).