Un Camino hacia la Trascendencia
¿Para qué vivimos? ¿Cuál es el sentido de una existencia cuyo fin, la muerte, nos acompaña desde la concepción y nunca nos abandonará hasta hacer realidad su sino? Un médico psiquiatra refutó una vez, en un taller en donde se trataba el tema de la muerte, la postura que enfrenta este fin cuan oportunidad de trascendencia, y contrario a eso proponía a sus pacientes justamente no pensar en la muerte y vivir el día con metas alcanzables…eso hacía ‘más sana’ a una persona. Pero con el correr del mismo trabajo los objetivos de la vida, y no la muerte, pasaron a predominar y se convirtieron en el punto central a discernir. Inobjetablemente aparece aquí la cuestión fundamental de la Fe en la creencia y existencia de Dios.
El orden de prioridad que colocamos ante nosotros define en gran parte nuestra opción de vida, y nos coloca ante la muerte de una u otra manera: si creemos en Dios postularemos a la Trascendencia, y en este plano la muerte no es un drama, ni un dolor, sino una Mutación de Vida que nos eleva a estados definitorios. Si somos incrédulos y carentes de Fe en Dios, rebajaremos lo trascendente a cosas nimias, mundanas, de auto-realización muy íntimas, y si acaso, a la fama, el poder, la riqueza y la posesión. Y claro, si la muerte es un final, un apagón, nada… entonces legítimo resulta vivir lo carnal, lo sensual y lo de este mundo sin restricciones y con metas que llenen el arca de los deseos. Quizás esto sea ‘sano’ para el agnóstico, pero eso es un desperdicio para un creyente… y si quién dice creer en Dios actuara del mismo modo que el suspicaz, estaríamos ante una mentira, una incongruencia.
Tanto nos han golpeado con cantinelas de catequesis, y ya el eco de la palabra insistente nada nos dice y se ha vuelto común y sin contenido, que no reparamos en la verdad o incoherencia de las prédicas: ‘tanto amó Dios al mundo que entregó a su hijo…’ ‘Jesús murió por ti, por nosotros….’ y así seguimos aceptando frases que nunca discernimos, y quizás también repetimos. En nuestra aún incipiente labor misionera hemos comprobado que ante ciertas preguntas ni siquiera pastores y curas han sabido darnos una respuesta coherente: ‘¿De qué nos salva Cristo?’ ‘¿Sí somos libres de pecado en y con la muerte de Jesús… por qué seguimos siendo pecadores?’ ‘¿Puede un Hombre, un ser humano santo, prodigioso, excepcional… actuar y ejecutar un hecho como la derrota de la muerte siendo un Ser Humano?’ ‘Si aceptamos a Jesús… ¿por qué seguimos diciendo que en la muerte debemos esperar el Día del Juicio Final?’ Y así decenas de demandas en esa línea que nacen de los discursos religiosos, y que todo creyente sabio debe analizar y responder ante su Fe.
Podríamos estar otros dos mil años discutiendo y haciendo filosofía, pero hay un Camino Corto que nos conduce no a la teoría sino a la vivencia espiritual; la cuestión es: ¿podemos teorizar desde el intelecto, la Carne, lo mundano y el conocimiento aspectos trascendentes que son espirituales, divinos y misteriosos? Los demonios adoran e incentivan el conocimiento desde la materia y lo Carnal como fundamenta de su soberbia para litigar con Dios. Concluya el lector la calificación de la religión mental e intelectual que predomina entre los Hombres.
Nuestra experiencia nos ha mostrado una vía distinta al conocimiento de la Carne y del Mundo: La Sabiduría del Espíritu.
Espíritu es Dios habitando en el Hombre. La Semejanza del Creador se halla en el Espíritu. Distinguimos y diferenciamos este Espíritu de Dios en Nosotros, del Alma, que es La Psiquis, los Sentidos, Lo Sensual. El Alma es la imagen (o símbolo) del Agua. El Espíritu es la imagen (o símbolo) del Fuego. Allí reside la clave Bautismal de Cristo que el mismo Jesús explica al buen Nicodemo. Ahora bien, para llegar al Espíritu que nos habita, para que sea éste quién nos enseñe todo, Sabiduría, debemos aquietar la mente y abandonar el conocimiento, pues si nos alzamos ante Dios con nuestro saber, terminaremos litigando con aquello que Dios nos muestra. En la No-mente, que no es negación del pensar sino que es un pensar natural, el Hombre puede recibir Sabiduría, y desde esa vertiente volver a la doctrina y Escrituras, y descubrir sus misterios. Es decir, no son las Escrituras o la doctrina la Causa y Sustento de la Fe, sino que es el Espíritu que nos revela lo Escrito y nos ilumina en la doctrina. Pero este orden exige a que todo quién reciba enseñanza deba, obligadamente, ejercitarse en Lo Espiritual, para desde ese cielo alcanzar lo Escrito y la doctrina. Por lo mismo, el Maestro no es aquel que enseña desde su verdad iluminada, sino aquel que conduce a la luz del Espíritu para que todos vivan la Verdad. He ahí la esencia de la herencia de Cristo.
El Alma está llena de deseos, y es la sustancia espiritual más compleja y difícil de dominar. Para eso el Hombre de Fe debe tomar un camino drástico: debe apartarse del Mundo por un tiempo, como los 40 días de Jesús en el desierto, y vencer en su Retiro las tentaciones de la oscuridad que infiltran el Alma. La imagen del Alma, tanto en los evangelios como en la mayoría de las Escrituras espirituales, viene representada por una novia, o por las diez vírgenes, y en todas el Alma debe contraer Nupcias con el Fuego del Espíritu, el cual es llamado: ‘Señor’. El concepto espiritual de Las Nupcias está descifrando la unidad íntima y real entre el Alma y el Espíritu, o aquello que otros han denominado como ‘divinización del Alma’.
Nadie llegará a este punto de Trascendencia sin guía divina: Cristo es Dios, y lo fue en su encarnación en Jesús, y sigue siéndolo en su Potestad de Gloria. Es el Verbo, el Logos, el Alfa y la Omega. Y para aceptar los Hechos de Salvación y entender la Liberación del Pecado y sus implicancias de alta responsabilidad para el Hombre, debemos partir por acatar la verdad divina de Cristo, de otro modo, rebajándolo a un ‘Gran Hombre’ seguiremos amarrados a la muerte, al pecado y al Juicio Final. Ahora, para tomar este ‘Camino Corto’ hacia la Verdad que nos hará Libres, se requiere un sacrificio: los 40 días en el desierto luego de recibir el Sello Bautismal… al modo y en el sentido de Cristo, espiritual, nunca formal, siempre trascendente… no sólo un acto religioso o de cultura religiosa.
Hablemos claro: tenemos una Llave entregada por Cristo en manos de este Sacerdocio. Un ‘Camino Corto’ que asegura la vivencia tangible del Poder de Dios en el Hombre. Queremos entregarla como Dios manda, literalmente. Hemos probado a enseñarla, y nos hemos encontrado con los límites mentales del conocimiento Carnal y mundano. No queremos, no podemos, no debemos…convertir esta Revelación en otro modo de religión mundana, ni esta práctica espiritual en otra iglesia. Luego probamos de una y diez maneras hacer llegar la vivencia espiritual respetando las necesidades del mundo y personales de quienes aceptaban este Sello Bautismal… y al final llegamos ante el mismo infranqueable muro. No es posible. Lo de Dios debe ser recorrido a los modos de Dios. El resto es religión y culmina siendo un remedo de espiritualidad
Lo nuestro no es ‘doctrinario’ ‘bíblico’ ‘cristiano’ ‘religioso’ antes que Espiritual; y por Espíritu puede ser o parecer todo aquello, pero sigue siendo esencialmente Espiritual en cuanto toda vivencia y doctrina desciende del Espíritu.
Una religión puede, y quizás debe, ser masiva, bajo la razón de que nace y se desarrolla como una necesidad política, o es su rol sostener una infraestructura de poder en el mundo, y alimentar no pocos egos y profesionales de la religión, esta vez como carrera mundana. El Camino Espiritual no es sectario por naturaleza, sino que es reducido en su composición debido a que su práctica exige, sobre todo al inicio, un sacrificio de tiempo, espacio y de relaciones que no todos están en grado de aceptar; sin embargo, este lapso sabático no puede ser prolongado, sino que constituye un quiebre temporal con el mundo para entrar en la realidad espiritual, y desde ese cielo descender otra vez al Mundo para ya no Ser del Mundo sino que Estar en el Mundo. Es decir, nuestra propuesta no es constituir monacatos permanentes, mucho menos sectas apartadas del mundo y deberes de familia y para con el prójimo, pero tampoco pretendemos alzar asambleas sectarias masivas que desde el conocimiento intelectual hablan de Dios y definen a Dios sin una experiencia espiritual y sin Espíritu. El Camino que Cristo nos ha enseñado es aquel que pone en práctica aquello de ‘hagan como yo hice’, y Él nos ha conducido por la vía de Consagración que ahora nosotros debemos vivir y enseñar. Porque el Reino, que no es de este Mundo, quiere Personas Trascendentes, Conscientes y en calidad de Agentes del Plan de Dios. La cuestión es: ¿debemos hacer ante Dios lo que nosotros creemos y queremos…o lo que la religión y la iglesia nos dice y obliga…? ¿O debemos poner por Obra la Voluntad del Padre? Y Nadie llega al Padre si no es conducido por Cristo En Espíritu, Por Espíritu. ¿Se trata de elegir una religión? No. Se trata de colocarnos ante Dios y resolver nuestra Pertenencia, esa es la clave. Es una Opción.
La muerte es una constante de la vida: estamos muriendo cada día, y cada día estamos naciendo. La vida es la permanencia de Dios. La muerte física es una línea entre la persona carnal y la persona espiritual (tomando como ‘persona’ al Ser Consciente de Sí Mismo). La pregunta es: ¿qué seré, qué fruto recogeré, quién vivirá después de pasar por el abandono del cuerpo Carnal? Entonces, ahí y ante esa disyuntiva es que cobra vigencia todo aquello que hacemos, y por lo cual optamos, en la vida carnal y de los sentidos. Esa creencia religiosa común, popular, que dice y reza que todo Ser, al final, se va al cielo, y siempre queremos creer que el difunto está mejor que en la tierra, y sin duda, para todos, está con Dios…sin importar aquello que sembró en esta vida material y carnal…es un auto engaño, es una mentira ‘piadosa’ que al final nos conforma en nuestra ignorancia y cobardía. Por la misma vía nos hemos tomado para sí la potestad de la Misericordia, y obligamos a Dios a ser misericordioso en todo caso y nos arrimamos a esa creencia para, por fin, salvaguardarnos de nuestros males bajo esa supuesta ley que nunca falla. La verdad es que La Misericordia la aplica Dios bajo Su Potestad, y no bajo los criterios del Hombre, y en el Camino Espiritual conocemos como realmente opera la Gracia de la Misericordia y podemos dar Testimonio que se engaña el Hombre que toma para sí los modos y mandatos de Dios.
Hay quienes sufren la muerte, y hay quienes pasan por la muerte. El drama de la muerte esconde una profunda incomprensión del Hecho Cristico, y una real incredulidad en el Reino de Dios. Para quienes morimos muchas veces en esta vida carnal, y vivimos cada día en el Espíritu, sabemos por experiencia que el paso por la muerte física es el resultado de un ciclo de muerte y vida que ya hemos vivido y conocido, por eso ‘pasamos por la muerte y no sufrimos la muerte’. Y sabemos que enfrentar la muerte sin una vivencia real del Espíritu y sin haber muerto a la Carne y Resurreccionado En Espíritu, como Cristo hizo y quiere que hagamos, es sumamente doloroso y despierta los temores más arraigados en la condición humana. Tampoco vale esa disponibilidad a morir por cansancio de la carne o derrota de los sentidos, que se confunde muchas veces como ‘estar preparados para morir’, ni siquiera vale esa ‘necesidad de morir’ ante el dolor y la enfermedad: hablamos aquí de SALTO, no de muerte, sino de SALTO. Una cosa es ‘morir bien’ (que se confunde con ‘morir en paz’) y otra es vivir la muerte física como el trampolín que nos hará Saltar a la Nueva Vida. No hablamos de muerte como inconsciencia, sino de Salto cualitativo de la Consciencia. Hablamos de cosas Espirituales.
¿Quién sabe lo que es la muerte? pregunta el escéptico: Cristo, el Dios que nos conduce a Nueva Vida. Nadie trascenderá por propia práctica de meditación o por ritual o culto religioso. En los caminos espirituales sólo podemos ser Conducidos por espíritus. En este Camino Espiritual somos Conducidos por Cristo, y vamos hacia el Padre, que es Espíritu, y vamos en pos de esta Vida En y Por Espíritu. Es fundamental, en los caminos de Dios, fijar nuestra Pertenencia a la fuerza espiritual que nos conducirá fuera de la materia y la Carne: y en este plano no es lo mismo (no puede tener el idéntico valor) el maestro japonés de Reiki, o el supuesto rayo dorado, o el maestro ascendido tal, o la obediencia al pastor, o la adoración al Papa… que la Pertenencia Sellada por Bautismo con el Cristo Vivo. Seamos claros: en los caminos de Dios solamente podemos tener como Maestro y Guía a un Dios. Y podemos creer en el dios que queramos, pero la realidad nos demostrará tarde o temprano que en los Cielos Divinos hay una Potestad que Reina, y nos guste o no, es Cristo el Dios de los Hombres y de los Ángeles… Y no hablamos del Jesús histórico, que en realidad fue la encarnación de Cristo Dios para ejecutar el Plan de Salvación, sino que hablamos del Verbo, el Dios que no ‘se hizo hijo de Dios en Jesús’ sino que ha sido Hijo Dios del Dios Padre desde Siempre, y lo fue estando en Jesús, y lo sigue siendo después de Jesús. Por lo mismo es Cristo el Dios Verbo que debemos aceptar y con el cual debemos ligarnos en Espíritu para ser elevados al Padre.
La muerte ha dejado de ser ese lugar oscuro y repleto de demonios que describen los textos de antes de Cristo. La realidad de la muerte es la Verdad desnuda de nuestra propia vida: puede ser terrible, decepcionante o causar resistencia… O puede ser el fruto esperado de acuerdo a lo sembrado. Pero hay algo que debemos entender: ante la muerte todo Ser verá un abismo, y no caerá en éste, sino que deberá SALTAR… o quedarse ante esta zanja sin fin, y no Saltar. El Camino Espiritual es la vivencia que nos prepara para el Gran Salto. No negamos la Misericordia de Cristo que nos cobija en Su Casa de algún modo, pero no tomemos esa Potestad de Misericordia en nuestras manos, ni pensemos en la casa de Cristo como si fuera de este mundo: debemos conocer a Cristo y su Reino en la vivencia del Espíritu, de otra forma viviremos engañados por la ilusión y la quimera de nuestra propia cultura religiosa.
Prepararnos para la muerte no es ‘estar preparados para morir’; hablamos aquí de la muerte como Cristo nos la enseña a partir de Su Victoria: un resultado, un fruto, una cosecha. De acuerdo a esto aquello que nos dispone para este paso trascendente es nuestra siembra. Entonces planteamos que es la vida, el modo de vida, la opción de vida y qué fuerza gobierna tu vida… aquello que intrínsecamente nos prepara para enfrentar este estado de conciencia (la muerte) que en términos espirituales es el inicio de una Vida Superior, si ha sido vivida en y con Espíritu, y de una vida en deuda, si ha sido consumida por los deseos del Alma y las necesidades del Mundo.
El Camino Espiritual es la garantía y la certeza que nos permitirá usar el paso final como una verdadera catapulta hacia el otro lado del abismo. El Gran Salto hacia el Padre solamente lo puede conducir y Guiar el Cristo Vivo. Se trata de vivir esta vida en la Paz del Espíritu, y en la muerte del cuerpo trascender a Persona Espiritual…y seguir vivos en la Gracia de Dios.