Aborto, abortar: fracasar, malograrse; ser nulo o incompleto; acabar, desaparecer de algo que termina antes de su final natural; producir o expulsar cosa abominable o defectuosa. (Diccionario real lengua española)
Terapia, terapéutico: curación, tratamiento para sanar; aspecto de la medicina que aplica los preceptos amplios de la sanidad y el tratamiento de una enfermedad con el fin de ponerle fin o aliviarla. (idem)
‘Aborto – terapéutico’… podríamos decir que es un concepto absolutamente imposible de unir en la realidad. Hablar de una ‘terapia abortiva’ es como decir que salvamos la vida del ahogado echándolo más al fondo del agua. No hay unión entre ambas prácticas, y usar tal terminología es un esfuerzo pseudo intelectual que es simple y cínica manipulación para esconder la verdad: aborto a secas.
Parece difícil y engorroso entrar en un aspecto tan lleno de ánimo electoralista, ideologizado, y siempre controversial, sobre todo debido a que tanto en la defensa del aborto como en su rechazo existen posturas radicales que parecen no tener en consideración aspectos sustanciales del tema mismo.
Si hablamos de aborto hablamos de matar a una persona, así de cierto y real. Si disfrazamos esta verdad con excepciones y otros agregados entramos en los recovecos de la hipocresía que tanto gusta a quienes hacen de los asuntos de la vida otro mal arte de la política. Aborto es un crimen en contra de una persona indefensa e inocente. Ahora, sobre esa base de realidad… hablemos del aborto.
Una terapia se aplica en un sentido amplio e integral ante una enfermedad o mal: y el embarazo no es una enfermedad ni un mal. Imposible hablar de terapia en este caso, a no ser que aceptemos que todos somos efecto de una enfermedad y de un mal. Es urgente sincerizar el lenguaje.
Un embarazo no deseado; un embarazo producto de violación; un nacimiento que complica socialmente a la familia: sea por pobreza, sea porque la persona que nace es defectuosa o con algún grado de incapacidad, o en algún grado es diversa al común o modelo humano que nos han inculcado… no es ‘enfermedad’ o ‘mal’ al que debamos aplicar la pena de muerte. Si eso es lo que planteamos, entonces Hitler tenía razón, y todos somos unos fanáticos ‘perfeccionistas’, xenófobos, intolerantes e inhumanos.
La pregunta que la sociedad, es decir todos, debemos hacernos es: ¿Qué hace el Estado, todos los ciudadanos y sus impuestos, la conciencia de la gente, para prever, evitar y sostener a los seres nacidos de embarazos delicados, y diversos en su naturaleza? ¿Qué grado de formación, información y preparación poseen nuestros jóvenes para evitar y enfrentar situaciones que derivan en casos excepcionales? ¿Qué sostén reciben los hijos nacidos en realidades diversas, difíciles y extremas? Porque los ardientes políticos que alzan gritos de argumentos agresivos tienen una facilidad mayúscula para sacar el cuerpo a los asuntos de fondo, y que conllevan grandes responsabilidades legislativas, jurídicas, económicas, educativas, preventivas y de infraestructura… mejor matamos al feto.
Por otro lado, no hay coherencia en la diametral postura de oposición al aborto sin una línea amplia de ‘derecho a la vida’, en un campo global. No se puede alegar derecho a nacer si apoyamos la pena de muerte, o justificamos guerras, o bendecimos armas que matan, o nada hacemos por detener la destrucción del planeta. Mentira es la defensa de la vida fetal sin defender el derecho a la vida del Hombre en todo su recorrido por este mundo, y un derecho indivisible es la paz. Y cuando decimos paz, decimos régimen de vida sustentable que no haga descender al Ser a la calidad de paria.
Un embarazo no deseado, sobre todo en las jóvenes, no se puede enfrentar sin educación: y si nos oponemos al aborto debemos educar al joven desde temprano sobre su sexualidad y su responsabilidad ante la vida. Decir no a la educación sexual en las escuelas y luego salir con carteles ‘No al aborto’ es una incongruencia farisea.
Un embarazo por violación, en condiciones que generalmente el violador pertenece al más inmediato círculo familiar de la agredida, requiere, primero, educación, y vamos desde la escuela, al barrio, a la familia… se requiere una masiva educación de sexualidad responsable, y saber distinguir las manifestaciones y síntomas de los males pedófilos y violatorios. El derecho penal no puede ser condescendiente con este crimen, y el solo hecho que la impunidad es la característica en tales casos nos dice a la larga que no estamos enfrentando el tema con altura y seriedad. Menos cabe la ambigüedad cuando el violador o pedófilo hace parte de una iglesia y ocupa cargos vitales en ésta, sobre todo si luego la misma entidad religiosa levanta su voz contra la práctica abortiva. En tal caso, como en otros en que aparece la figura del embarazo no deseado o irregular, el Estado debe asegurar a la mujer un sostenimiento clínico sin costos, psicológico de primer nivel, y debe ser el Estado quién entregue un sostén económico al Ser nacido de tales circunstancias, si así lo dictara su situación social. Es decir, solamente cuando la sociedad toda se haga responsable de aquello que acontece entre nosotros, e integremos a todo ser humano a la calidad de ‘ser digno’, entonces asumiremos, y el Estado asumirá, la prevención, la educación, y el derecho a nacer y vivir dignamente como una tarea básica de humanidad y de país desarrollado. Mientras prosiga el ‘problema’ de los embarazos no deseados, y ‘la tragedia escondida’ de las violaciones, y la causa social de pobreza para justificar el aborto… estaremos pisándonos la cola y nunca nos pondremos de acuerdo. Es ahí cuando los liberales argumentan que es insensibilidad no permitir abortar a una niña ignorante de su sexualidad, o a la niña que fue violada por un tío o su abuelo… como si estuviésemos hablando de cosas que vienen de Marte, y toda solución sea la muerte. No. La insensibilidad es de los liberales que creen que el aborto soluciona los problemas que nos tienen hasta el cuello, y para cuya solución es la muerte; porque el camino de la responsabilidad es complicado, caro y cuesta arriba para una mentalidad que ha confundido cultura mediocre con cultura alternativa. La única cultura que es realmente tal es el sostenimiento siempre más digno de la vida en el Hombre.
Si vamos a discutir el tema del aborto, hablemos del asunto de la Vida. Y si debemos enfrentar el tema de la dignidad en la vida de todo Hombre, entonces hablemos de responsabilidad social, colectiva, y de cómo el Estado procura salvaguardar la vida no por regla constitucional… solamente, sino que en forma concreta, partiendo de la educación, pasando por el derecho penal, hasta el sostén económico.
Hijos deformes, limitados… ¡cuánta ignorancia! Hijos Diversos: y por ser diversos tienen doble derecho: a nacer y a ser diversos. Según el modelo de la belleza y utilidad que nos enmarca, un hijo autista, un ser con una malformación o un ‘mal’ que lo obliga a vivir en manera distinta al ‘bello y natural hombre que todos queremos’… debe morir antes de ser parido. Esto refleja la intolerancia que vive latente en esta sociedad moderna, y es ‘latente’ porque es mentirosa e hipócrita. El modelo perfecto o natural del Hombre de hoy no tolera un espejo deforme, distinto, de sí mismo, no lo quiere ver… mejor matarlo antes de que venga entre nosotros. Es este el aspecto más abominable y nefasto de quienes claman por el aborto de seres que pueden ser diagnosticados como ‘diversos’ o ‘fuera de lo común’. Justamente, la prueba de estos seres humanos entre nosotros no es para ellos, sino para nosotros: ellos viven su vida como Dios ha querido o naturaleza ordena, como sea, pero para los ‘normales’ es la presencia de estas personas una comprobación de nuestra capacidad de amar, de aceptar, de entrar en un mundo individual diverso al nuestro y desde allí conocer a estos seres… muchas veces más hermosos y puros que nuestra pretensión y egolatría. Nuevamente surge la pregunta: ¿está la sociedad preparada, lo está el Estado, para recibir y dar una vida digna también y sobre todo a estas personas? La respuesta es NO. Y como es NO… entonces abortémoslo. Lo otro: asegurar sostén, bienestar e infraestructura para que también ellos se muevan y vivan entre nosotros… es caro, es feo, es antieconómico e improductivo… porque no son ‘seres productivos’. ¿Máquinas? ¿Eso somos? ¿En qué nos hemos convertido?
Llegamos al cuesco del higo: el ‘aborto-terapéutico’… el submarino a velas. Dícese de un aborto ‘para salvar a la madre de una eminente muerte por causa de un mal embarazo’. Es ‘terapéutico’ porque mira a sanar a la madre… o salvar… y es aborto porque para alcanzar esta sanidad de la madre se deberá matar al feto. ¡Cuánta vuelta para llegar a lo mismo: aborto!
Es ya protocolo médico, de sanidad, de razón común en la comunidad médica que ante un feto descerebrado, sin desarrollo del corazón o pulmones, causas de muerte inevitable del ser que se está formando, y por ende peligro de que también la madre muera, es decir en donde ambos, de una u otra manera, sufrirán un fatal deceso… que se proceda a interrumpir el embarazo, eliminar (abortar) el feto y ayudar a sanar a la madre. Nadie podría oponerse a esto, y si el argumento es que tampoco en este caso muy concreto, en donde prácticamente el feto ya está muerto, y la madre podría morir, se debiera intervenir… estamos ante un radicalismo fuera de toda sensibilidad humana, carente del valor de la vida y sin duda de una ortodoxia fundamentalista que pertenece a otros tiempos, remotos, oscuros y repletos de mentiras e incoherencias.
Se argumenta, sin embargo, en un sentido laxo que en todo caso en donde el peligro de que la madre corra riesgo de vida, aún si el feto crece normal o sin peligro de vida… se debe abortar, o se podría entregar la potestad a la mujer o a la familia, o al criterio médico, si matar al ser en formación para liberar a la madre del peligro de fenecer. ¡He aquí a los pequeños dioses! ¿Quién decide quién vive y quién muere? ¿Por qué la mujer tendría más derecho a la vida que el hijo? Se argumenta que la madre podría serlo de otros hijos que la necesitan, que la mujer puede parir otros hijos… ¿Quién sabe el futuro de ese ser al cual se está condenando? Podría estar matándose a un Einstein, a un Santo, a una Gran Persona… o la madre podría no ser la buena madre que requieren sus hijos… Entonces entramos en los laberintos de los juicios morales, y de ahí a las razones religiosas, y de paso por las conveniencias sociales, si las hay, y por un lado pasamos por la ideología… No. No podemos jugar a ser pequeños dioses que intentan burlar a la muerte pretendiendo decidir sobre la vida. El deber médico es salvar a ambos. Ante la vida siempre el Ser inocente debe ser protegido. La madre debe salvaguardar la vida de su hijo, por sobre todo y en todo caso: eso quiere decir que la vida por venir debe ser siempre aquella que debe prevalecer, y aquí debemos abarcar el problema que a todos nos involucra: ¿estamos, como sociedad, aptos y preparados para recibir a un hijo de madre fallecida, procurando el Estado su salvaguarda y sostén, en modo que ni éste hijo, ni los otros, si los hay, queden sin protección y cuenten con el máximo de apoyo del colectivo? Entonces, deducimos, hay un criterio de modelo económico- social en la opción: un ser en tales circunstancias es un peso para la sociedad, una tarea, y como no hay un piso para sostener tal situación de vida… mejor abortemos y luego si acaso la madre tendrá otro que pueda no ser tanto peso para nuestras falencias, carencias y egoísmo.
Para un creyente en Dios no puede haber causa de muerte que sea defendible: ni la guerra, ni las armas, la violencia, la pobreza, el estado de indefensa ante la enfermedad, la ignorancia y la falta de educación… todo es muerte, causa de muerte, aprobación de la muerte, justificación para matar. Es muerte el exceso de ganancia de unos pocos en desmedro de grandes mayorías empobrecidas, lo es la destrucción del planeta y su medio ambiente. La defensa de la vida debe ser amplia, transversal y global… de otra forma es cínica, hipócrita, mentirosa y un elemento políticamente útil y utilizable.
Ahora, el Hombre puede y debe hacer leyes que regulen diversos y distintos aspectos de sus necesidades y realidad. Lo debe hacer, es su deber y derecho. Y en tal ejercicio puede dictaminar o legislar lo que crea y aquello que la mayoría política estime: pero para el creyente en Dios una ley de muerte no obliga, no condiciona, a que debamos aplicarla. Con ley o sin ésta, para nosotros el aborto es un crimen, y como tal lo enfrentamos, y si renegando de nuestra fe abortáramos o fuésemos cómplices de aborto, seríamos juzgados por Dios por lo que nos convertiríamos: asesinos. Eso quiere decir que nunca, nunca, aplicaríamos una ley de aborto que viole nuestras conciencias y se oponga a nuestra fe.
Quién no cree en Dios puede hacer como su idea o conciencia le dicte: pero no podemos callar ante ellos y dejar de advertirles que abortar es asesinar; porque si callamos seremos severamente juzgados por pecado de omisión. No queremos, no podemos pretender, una sociedad teocrática en donde los sin fe deban someterse a leyes derivadas de la fe. Ese fundamentalismo solamente justifica el reforzamiento de ideas materialistas y ateas entre quienes ven en la ortodoxia religiosa un peligro para su propia libertad. Nuestra postura de Consagrados debe ser muy clara y firme en la defensa del derecho a la Vida en un sentido profundo, amplio y sin cortapisas, incluso advirtiendo que aún sin creer en Dios toda muerte, y el aborto, es siempre un crimen ante los Ojos de Dios. Sabemos que para el no-creyente nuestra advertencia caerá al vacío, pero también sabemos que Dios es Ley, y siendo Ley también será hallado y encontrado por el no-creyente en su día, sea en este mundo, sea después de la muerte, y entonces todo el peso de sus creencias tendrá como resultado el fruto que cada uno recogerá. De ahí entonces no permitir que el no-creyente siembre en la ignorancia; debe romper esa ignorancia aún si no acepta la verdad de Dios, es decir: debe estar informado de que matar es mácula que condicionará gravemente el fruto de su vida, y que toda causa tiene y tendrá, irremediablemente, su propio efecto. Así, aún si no queremos o no podemos convertirlo a la fe, al menos nosotros cumplimos con lo nuestro, y éste nunca podrá alegar: ‘es que yo no sabía… Señor’.
del director