Desde Cristo, el bautismo de arrepentimiento que caracterizó a Juan el bautista cesa, y desde los Hechos de Cristo el Sello Bautismal conlleva dos estigmas sagrados: el de Agua y el de Fuego. El de Agua se halla ligado al Alma, a la psiquis, a los Sentidos, a lo Sensual; se relaciona con la vida carnal y mundana gobernada por los deseos, pasiones, planes y objetivos mundanos, ideas y causas que encarcelan al Hombre a un ciclo permanente de dependencia a lo temporal. En el Arrepentimiento y en el Perdón el Hombre encuentra la clave para saldar deudas y purificarse de errores. La aceptación de La Gracia y La Salvación, y la meta de alcanzar la Voluntad del Padre siendo guiado y conducido por el Cristo Vivo, entregan a este Arrepentimiento y Perdón una sólida base de apoyo y crecimiento, pues no sólo existe un compromiso de renovación y cambio ante una entidad u otros Hombres, sino que se trata de un verdadero Pacto de Consagración con Cristo. La muerte de esta pasado transcurrido en la ignorancia de la Ley de Cristo es la sepultación íntegra en agua, bajo la fórmula del Sacerdocio avalado por el mismo Cristo en Su Palabra.
El Sello de Fuego es el salto de Fe mayor que realiza el creyente: acepta ser vívido y Gobernado en plenitud por el Espíritu, y ya no por la mente y su conocimiento artificial, ya no por el Alma y la psiquis, ya no por los paragones del Mundo, sino por el Espíritu que es de Dios, y que habita al Hombre por La Gracia de La Salvación. Este Sello implica la aceptación para recibir Espíritu Santo, y la condescendencia para ser guiado espiritualmente por este Magisterio Poderoso.
Ambos Sellos son uno, y pertenecen a Cristo, no a los Hombres, no a iglesia alguna, ni al Sacerdocio que lo ata en la Tierra. La Pertenencia del Bautizado está fijada en la Casa Espiritual de Cristo, y es el lugar donde irá el Consagrado después del paso por la muerte.
Decir que ‘por el bautismo somos reinsertados en la relación con Dios’ es una triple apostasía: primero porque el bautismo que toma como principio el pecado original obliga a bautizar a los recién nacidos, y esa práctica contraría la esencia de la Inocencia natural que Cristo nos hereda con y desde La Salvación; segundo, porque el bautismo que liga al creyente a una pertenencia eclesiástica, y no al Cristo Vivo, suple la potestad de un Reino cuya puerta de entrada es Cristo en forma directa y personal, y no es reemplazable; y tercero, porque a Dios nos acercamos y restauramos por Fe, primero, y luego nos ligamos a su realidad y vida por medio de Cristo y por nuestro Espíritu. El Bautismo no re-establece, sino que eleva, y si acaso establece algo que antes no se tuvo ni se conoció: porque el Bautismo de Cristo no parte del pecado original, sino que justamente de la derrota del pecado original. Todo creyente que cree a su modo, o se encuentra esclavizado por la teología de la culpa, el dolor, el sacrificio, el pecado y el Dios castigador tiene que saber que se halla enclaustrada por una fuerza de apostasía, también llamada: el Anti-Cristo, y es su deber escapar de esas fauces y alcanzar La Consagración en donde se establece, ahora sí, desde el Bautismo, la Relación Personal con el Cristo Conductor y Salvador, y desde ese piso se postula a llegar al Padre y conocer Su Voluntad para ponerla por Obra según ese alto designio. Si fuésemos pecadores irremediables y el pecado original estuviese en nosotros como sello imborrable, nada de esto sería posible, porque entonces Cristo no habría venido, y lo de Jesús sería una mentira…y todo estaría perdido. Pero como Cristo si vino en Jesús, y los Hechos de los Tres Días sí sucedieron, y el Espíritu Santo si está actuante y vigente en su Magisterio: el Camino al Padre es nuestra próxima estación…Y no dejemos que nos engañen con falsos actos bautismales, sino que vayamos en Pos de un Sello definitivo que descanse seguro en las Manos del Cristo que Vive… y está observante de la maldad de quienes proclaman Su Nombre en vano.