La reciente noticia de una mujer de 66 años que dio a luz trillizos (India, mayo 2010), fue de amplio comentario por la opinión pública, el avance de la Ciencia Médica en este campo causa en general asombro y expectación. Titulares del mismo tenor, incluso calificando como “milagros” diversos tipos de manipulaciones embrionarias, copan las páginas de los magazines sobre Salud y biotecnología y revistas de publicaciones científicas.
Lamentablemente la opinión pública no está consciente de la gravedad de lo que está en juego, especialmente por la forma en que se presentan estos avances, cuan milagros de la ciencia y porque invariablemente enfatizan los logros, sin referirse a las formas y medios utilizados en dichos logros. Así el impacto se centra en asegurar que una nueva vida nazca sin riesgo de una alteración genética, lo que en una gestación normal lleva el riesgo de su condición hereditaria.
La ciencia y sus avances al servicio del bienestar humano y acorde a leyes o principios superiores, no morales sino espirituales, son loables, dignas de gratitud y alabanza, más desde hace ya tiempo el tema de la fecundación in vitro y la manipulación genética se aleja de los principios creativos, siendo parte de decisiones humanas, sustentadas en principios aparentemente éticos.
Al revisar con detención las Leyes de Reproducción in vitro y los efectos que se derivan, no podemos sino llenarnos de verdadero espanto. Se fecundan in vitro más de un embrión, y se estudian sus características genéticas, en lo que se denominan estudios preimplantacionales, decidiendo por la implantación de uno de ellos en la madre que espera su descendencia; o en otra mujer imposibilitada para que en si misma se ejecute la fertilización o el normal desarrollo de un embrión. ¿Cuál será el implantado?… el mejor, sin problemas genéticos, que asegure un desarrollo viable y sano… el resto de las vidas creadas por mano del Hombre, bien a la basura, o materia de más investigación, alguien decidirá “éticamente” por ellos, dejando una delgada brecha por donde el mercado de embriones puede hacerse presente, donde la clonación podría caber sin dificultad y la experimentación no tendría grandes barreras o límites. ¿Nos acercamos con estos hechos a nuestro Creador o francamente divergimos de su esencia y propósitos?
La mayor parte de los países del mundo, el Parlamento Europeo y la ONU no permiten la producción arbitraria de embriones, ni la investigación con embriones vivos, ni la clonación terapéutica, sin embargo no existen mecanismos eficaces de control, por lo que, en la práctica, los involucrados podrán actuar según necesidades y las sanciones teóricamente previstas serán en la práctica inexistentes.
En el mundo científico insólitos argumentos aparecen avalando estas prácticas, quienes están a favor del diagnóstico genético preimplantacional (empresas del rubro) sostienen que de confirmarse un diagnóstico de alteración genética en vida intrauterina, podría la madre solicitar una aborto terapéutico (De los 193 países que forman parte de las Naciones. Unidas, en 189 permiten el aborto terapéutico), por lo que ellos avalan la investigación sobre embriones, que asegurando un embrión libre de la condición genética deletérea, evitaría un futuro aborto.
Otra corriente se siente con el derecho a “utilizar vientres” distintos a la de una progenitora –que no puede resistir una fertilización o asegurar el desarrollo de una vida- avalados en el permiso concedido por el Creador al patriarca Hebreo, de tener hijos con su esclava. Y la postura “Utilitaria” que declara que como de todas maneras algunos embriones están destinados a ser destruidos si no son implantados en algún útero, entre ser destruidos y no servir para nada, mejor sean dispuestos para la ciencia.
En el mundo religioso también encontramos un variado escenario de posturas, desde los que señalan que su Institución no debe intervenir en la Ciencia, hasta los que condenan estas prácticas, pero cuyo argumenta reza sobre los límites de la dignidad humana y casi nunca sobre la doctrina divina que profesan. Todas las religiones postulan que la vida humana es sagrada, más paradojalmente también existen discrepancias entre ellas para definir el momento en que inicia la vida. Algunas sostienen que es al momento de la fecundación, otras después de 14 días y otras después de los 40 días, estas últimas sostienen que desde ese día se cuenta con la bendición de lo Supremo.
Ante este escenario exponemos nuestra postura firme y basada en nuestra doctrina. Tenemos el deber de informar, para que quien lee, no siga en la ignorancia y al menos reflexione… y tome una postura, y si tiene que decidir pueda decidir en conciencia.
No podemos silenciar nuestra voz y acallar los principios de la Ley de Cristo, establecida por el Reino Celeste desde antes que el mundo fuese hecho… Después de la fecundación, hay vida, y mal podrían definirse períodos del desarrollo embrionario en que no hay vida y otros en que ya la hay; en cada uno de esos días de desarrollo es el mismo SER HUMANO, y por tanto PERSONA HUMANA, y es creación de Dios porque la Vida la otorga el Espíritu, la porción que Dios dispone para su creación, esa porción pura que nos iguala a su imagen y semejanza.
Si el punto vital es que la vida en el Hombre está determinada y definida por la presencia y existencia del Espíritu, el cual entra, cuan impulso eléctrico, al momento de la concepción, quiere decir, que en toda fecundación está el Espíritu, cuan Vida y Voluntad del Creador, quien dispone que haya vida. Con esta claridad se comprende que cualquier intervención humana en el proceso reproductivo fuera de lo que Dios ya ha dispuesto, es exclusivo resorte y responsabilidad del Hombre, y lamentablemente en ello no hay voluntad divina, por lo tanto, manejos embrionarios de cualquier tipo o por cualquier motivación científicamente “valida”, o decisiones sobre abortos terapéuticos, son contrarios a Dios y a su Plan.
El Espíritu entra a participar del proceso químico al momento de la concepción, en toda vida engendrada entre hombre y mujer hay Espíritu, y dicha Persona DEBE vivir para pagar sus deudas, vivenciar sus dádivas, quemar sus karmas, realizar sus proyectos trascendentes, relacionarse con Dios y hallar su Salvación y Elevación, porque al morir, al fenecer la carne, de ese Espíritu nacerá la nueva vida, el nuevo Ser. Ese Ser no será carne, porque de la carne nace carne, sino que será Espíritu. Existe por ende “el cuerpo carnal” y el “cuerpo espiritual”… y definitivamente el cuerpo sin el espíritu está muerto.
En cada ser que el Reino llama a venir a este mundo, hay un Plan del Padre, un Plan del Creador dispuesto por amor a sus criaturas, para elevarlo y conducirlo de vuelta a Su Seno… se ES espíritu en una vida anterior a la terrena corporal; se obtiene cuerpo carnal donde habita y toma conciencia el Espíritu, muere la carne y del Espíritu nace “cuerpo Espiritual”. Espíritu que es consciente, inteligente, pero no es humano, no tiene los límites de la carne o de la conciencia humana.
En cada situación de vida debemos preguntarnos y reflexionar sobre el propósito que Dios tiene, y cuando no se pueden concebir hijos en forma natural, la Ley de Cristo establece no acudir a métodos artificiales y canalizar esta iniciativa hacia la adopción y servicio de amor con niños pobres y abandonados. Lamentablemente el Hombre no logra ver a Dios en todas las cosas, ni menos imagina un Plan distinto y maravilloso en aquellas circunstancias en que el Hombre quiere doblarle la mano a Dios.
Conclusión… el Hombre puede reproducir y manipular carne y cuerpo en modo artificial, pero en cada acto donde el Hombre toma bajo su soberbia el rol de creador, no hay participación de Dios. Hoy estamos siendo testigos de una creación paralela: muertos en vida. Y quien crea muertos, ya está muerto a los Ojos de Dios.
¿Quién incentiva entonces este desarrollo de la ciencia, donde las criaturas se asemejan, pero esencialmente divergen del Plan de Luz?
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