Atención: recomendamos imprimir este documento, el cual debido a su extensión, importancia y trato profundo debe ser leído en calma, con espíritu y sin premura. Y llamamos a las mujeres de Fe que tengan paciencia y esmero en la buena lectura y cavilación sobre este contenido, ya que es un tema y un llamado que les concierne y que deben enfrentar con todo el amor que les vive.
Cambiar los paradigmas y hacernos libres por la verdad de Cristo
Presentación:
Este documento es la respuesta a muchas demandas y cuestionamientos que ponen el asunto del sacerdocio de (en) la mujer. Trata de ser una reflexión que coloque claridad y no mayor confusión, y quiere definir puntos que hasta hoy discriminan a la mujer y potencian el valor de la autoridad varonil en aspectos espirituales que se confunden con las necesidades políticas de las religiones. Porque debemos esmerarnos por ser Espirituales, y no seculares, no como si se tratara de solo historia o filosofía, cuando hablamos de Dios, de divinidad y de trascendencia que rompe los límites de la materia y de este mundo. Y el sacerdocio se ha perdido cuan concepto espiritual, de ejercicio de carismas y manifestación de Magisterio de Sabiduría y Santidad, y se ha convertido en un asunto de poder político terrenal que arrebata a Dios toda posibilidad de ser Dios, y cohíbe toda vía espiritual en que el Hombre alcance su Relación con Dios. La religión ha culminado por matar a Dios y reemplazarlo por autoridades varoniles que actúan como en un teatro griego. Y en este contexto se niega a la mujer la sal y el agua, concediéndoles migajas de monacatos impuestos por reglas confeccionadas a medida por varones eclesiásticos. ¿Eso quería y ha encomendado CristoJesús para las mujeres? ¿Tal mandato entregó a los varones tan llenos de deseos de poder y omnisciencia?
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Primera parte
La pregunta común es ¿por qué no una sacerdote mujer? Sin embargo, al plantear el mismo punto desde la demanda de por qué el sacerdocio es exclusivo para los varones nos obliga a responder no sobre supuestas prohibiciones divinas jamás certificadas ni demostradas que recaerían sobre el género femenino, sino que debemos ceñirnos a explicar la razón de la preponderancia sacerdotal del varón en desmedro del mismo derecho en la mujer.
Recorriendo la historia del Hinduismo, del Budismo, del Islam, el Judaísmo y del Cristianismo no hallamos un argumento sólido, histórico o doctrinario, que nos aclare el motivo de esta discriminación tan lejos de toda justicia y amor. Simplemente es así.
Es en el Hinduismo en donde más aparece la figura femenina integrada a las prácticas sacerdotales en la antigüedad y en retazos también ahora, pero siempre en forma marginal, ligada al mundo popular. Los centros de poder han pertenecido desde siempre a las Castas sacerdotales según estirpes y herencias masculinas. Sin embargo, comparativamente, es en esta religión en donde la mujer tiene mayores espacios… vetados en otras corrientes culturales-religiosas. Quizás esto se entienda debido a la multi – divinidad que caracteriza a esta religión, algunas de las cuales son femeninas, y en particular son éstas las más veneradas por la gente común. Pero mientras más arriba se va, y más poder se ejerce, menos mujeres vemos, hasta que éstas desaparecen en las cúpulas Brahmánicas y similares.
El Príncipe Shakyamuni, convertido en Buda, jamás recetó la marginación de la mujer. En efecto, entre su discipulado había un número importante y creciente de mujeres que le seguían y que conformaban parte vital de su sequito. Pero hasta el quinto año de su prédica y enseñanza el joven maestro aún conservaba una agria referencia hacia la mujer, tildándola de ‘perspicaz y peligrosa’ y cuya salvación consistía en ‘reencarnar cuan varón’. Ananda, su discípulo predilecto es quién entra en directa contradicción con quién aún no había logrado su iluminación plena, y así lo reconocerá el mismo Buda más adelante. Y es gracias a las claridades de Ananda que el Buda acepta meditar y profundizar el rol y calidad de la mujer, y al hacerlo las acepta plenamente entre sus monjes, creando la ‘bhikkhunis’: la Orden de Monjas que al elevarse el Buda, y dividirse el Budismo, es marginada y minimizada en el sistema mahayánico, y mantenido por un tiempo en el orden nihayánico, perdurando hoy solamente en algunas corrientes en Japón y en escazas cofradías chinas.
En el Islam la mujer desde siempre ha sido un elemento para sometimiento y servicio del varón. A pesar de que en el Corán se lee que Alá hizo a varón y mujer por iguales, citando algo similar a Génesis (A.T), enseguida establece roles y deberes que van sepultando a la mujer debajo del poderío masculino. Las interpretaciones posteriores no solo han acentuado la jurisprudencia en contra de la mujer, sino que incluso contradice el principio del Corán que revela la igualdad entre hombre y mujer.
En el cristianismo vemos dos etapas: en el cristianismo primitivo la gran mayoría de quienes morían en los circos romanos eran mujeres, y era mayoría femenina la composición de las comunidades primitivas del cristianismo que surgen como una secta del judaísmo (Hechos 24:5), y son llamados en su origen «Nazarenos» o «Los del Camino». Es en Palestina donde se origina con más precisión este mensaje. Los primeros cristianos acuden a las sinagogas, como todos los otros grupos dentro del judaísmo tradicional (época del segundo templo). Su proclama es de tipo profético, y enseñan que Yeshua el Nazareno, Jesús de Nazaret, es el Mesías anunciado por los profetas. Es con la expansión del primer cristianismo hacia el mundo gentil en donde la mujer conforma la mayoría del mundo creyente de esa etapa. La imagen e influencia de las mujeres apóstoles era un aliciente renovador que integraba a la mujer a la nueva Fe: María Magdalena, María la madre, Marta – la hermana de Lázaro-, y luego la esposa del apóstol Felipe, las hijas de Felipe y otras santas desconocidas pero vitales en su comunidad iban consolidando a la mujer en plena integración e igualdad. Fundamental era la señal de Cristo dejada en María Magdalena: quién iba a ungir con oleos e incienso sagrado el cuerpo de Jesús – tarea absolutamente sacerdotal- y en lugar del cuerpo fallecido sostiene el primer encuentro con el Cristo Vencedor y Resurreccionado. Que Magdalena fuese a ejercer labor sacerdotal tan delicada y precisa, y Cristo se le revelara por primero, son señales definitivas que incentivaron la participación de la mujer; el rol abnegado de María, la madre, y su lealtad como discípula de Cristo, y apóstol con rango de autoridad que nadie discutía en esa generación, fue para éstas mujeres santas lo que determinaba con hechos que la Salvación era igual para todos, sin distinción alguna. Los pasajes más importantes y agudos de los Evangelios se hallan en encuentros con mujeres: la aclaración a Marta, antes de alzar a Lázaro, con respecto a que Él, Cristo, era la Vida y ya no se requería esperar al fin de los tiempos; y la declaración sobre su calidad de Mesías que CristoJesús reconoce ante la samaritana en el pozo.
Bajo la cruz hubo un varón: Juan… y el resto fueron valientes mujeres.
En el año 70 d.C. cae Israel. Y con la caída del templo de Jerusalén se disipa la cristiandad, y entra en los años de persecución y martirio. La labor de Pablo ha dado un giro definitivo a la fe naciente: griegos, sirios, libaneses… romanos han ido incorporándose desde los años 50. Sin embargo, el litigio cultural entre la fórmula judaica y la formación gentil, asentada en Damasco, y más tarde la influencia aristotélica que predominaba en los griegos convertidos tendría un efecto nocivo para el rol de la mujer.
Desde que los temas doctrinarios sobre la calidad del Cristo, el asunto vital del Espíritu Santo y la complejidad de la Trinidad se fueron desarrollando y entrando en conflicto hubo curiosa unanimidad entre la corriente aristotélica de los apologetas griegos y un Tomás de Aquino, por ejemplo, sobre la inferioridad de la mujer, y su ‘indignidad’ para ser considerada apta para la santidad. No hubo corriente alguna que defendiera la ‘igualdad de varón y mujer en la Salvación de Cristo’.
Los varones que ejercían presbiterio en la época del extraño y pernicioso Constantino, siglo tercero, fueron llamados para alzar la iglesia única bajo el lema: ‘Una religión, Un Dios, Un Rey’. Y en esta constitución la mujer fue ignorada. Pero las teorías en contra de la mujer en el cristianismo institucional toman forma en los años Mil Doscientos de nuestra era. Curiosamente la degradación de la mujer se presenta de la mano con el ascenso de la teoría del pecado. Agustín (San) es quién enuncia con mayor énfasis y argumentación que la naturaleza del Hombre es pecaminosa, y que es la mujer, por su naturaleza, el centro de todo pecado debido a su debilidad y propensión carnal. Esta teoría arrasa con la construcción paulina sobre la relación del pecado y la Salvación de Cristo escrita brillantemente en ‘Carta a Romanos’. Se impone definitivamente un binario que condenará al cristianismo hasta nuestros días: pecado y mujer serán entonces sinónimos indivisibles. Congruente con aquello el papado, en los años Mil Trescientos, decreta la prohibición del matrimonio para el sacerdocio. Algunas leyes empezaron a exigir el celibato sacerdotal entre diócesis de rito latino en el siglo IV: se hizo manifiesto en el Concilio de Elvira; reiterándose en el Concilio de Letrán I en 1123, aunque dicha regulación no fue seguida de manera estricta. En el Concilio de Trento (1545-1563) se estableció de manera definitiva el celibato sacerdotal obligatorio tal como se lo conoce en la actualidad, en respuesta a la Reforma protestante que permitía, e incluso promovía, el matrimonio de los sacerdotes, al tiempo que suprimía las órdenes religiosas que se mantuvieron y crecieron en el catolicismo, y sus votos ligados a la confesión, penitencias y prácticas martirizadoras.
Muchas razones se argumentan para que la Iglesia Latina llegase a optar por sacerdotes no casados. Destaca una relajación en los hábitos sexuales de los sacerdotes que intentaron regularse en los concilios de Maguncia y Augsburgo, así como se asegura que durante el Concilio de Constanza (1414-1418), 700 mujeres públicas asistieron para atender sexualmente a los obispos participantes. [] Es posible que dicho desorden causara una decisión de este tipo con el fin de presentar en la figura del sacerdote a un pastor irreprochable. Otra razón que suele argumentarse es la de problemas de propiedad con sacerdotes casados cuyos hijos reclamaban todos los haberes de sus padres al morir estos, lo que incluía la parroquia y los templos bajo su cuidado.
Segunda parte
Tres factores se unirán para conformar un conjunto que no se puede dividir ni analizar por separado: el símbolo de la cruz, el pecado…y la mujer. La cruz fue un símbolo impuesto por el emperador Constantino: quién al ver una cruz en los cielos debajo del campo de batalla que le era adverso, tuvo fuerzas para vencer y salvar el alicaído imperio occidental romano. Hasta entonces los cristianos no poseían un símbolo preciso: usaban un pez en señal de apostolado, y una paloma con las alas abiertas en señal de Espíritu Santo, recordando el hecho de Pentecostés. La cruz que salvó al imperio, alegaba el emperador que mató a su parentela y sufría de rasgos esquizofrénico, era y debía ser la cruz con la cual conquistaría al Mundo conocido y mantendría su poder. Y esa filosofía de guerra la replicarían los Cruzados, y será fundamental en la conquista española de América. La cruz y la espada serían la señal de Poder de una iglesia nacida de esa alianza política entre Roma y los varones a cargo de las comunidades institucionales de un cristianismo que había perdido el impulso primitivo y ya se sumía en crisis teóricas e interpretaciones varias que amenazaban con su diáspora doctrinaria. Y estrechamente aledaña a esta idea guerrera y de poder de la cruz, se alza la preponderancia masculina debido a que la mujer no está hecha para la guerra, y las conquistas deben realizarlas las fuerzas del varón. Y si la mujer es el centro del pecado, y el pecado es la naturaleza del Hombre en general…entonces la conformación de una estructura de poder de conquista y predominancia, sostenida sobre la doctrina del pecado, con la mujer marginada por su debilidad para estos propósitos y por su calidad perniciosa y distractora…conforman la triada cultural y orgánica de la religión oficial de Roma. Lo espiritual queda sujeto a lo del Mundo. Dios sufre la interpretación de los teólogos de la cruz, y se impone la teoría del pecado y la inconveniencia de las mujeres en la vida de la iglesia.
Analicemos estos aspectos poniéndolos en contexto contrario o diverso, y veamos su implicancia: si la Salvación de Cristo es para todo ser Humano, y Dios hizo al varón y a la mujer iguales en semejanza a su Creador, concluimos necesariamente que Dios no pudo desmentirse al separar a la mujer de la santidad y el digno ejercicio del sacerdocio. Eso sería una negación de la esencia de Dios. No hay razón alguna para asumir o pensar que Dios se contradiga y desmienta con tal injusticia.
Y entendemos el ‘sacerdocio’ como nos lo explica Pablo: ‘por el Bautismo en Cristo ahora todos somos sacerdotes’. No un sacerdocio antiguo, sino el ‘nuevo sacerdocio’ que tiene por ‘Sumo Sacerdote a CristoJesús, en la Línea Perpetua del Sacerdocio de Melquisedec’. Ni Jesús, ni las aclaraciones inspiradas de Pablo nos hablan de separación entre varón y mujer; y sí se confirma en los Evangelios que somos todos los Hombres, varones y mujeres, Seres en la Gracia de Dios por acción de CristoJesús.
Ahora, si la Salvación es un Hecho para toda la humanidad sin discriminación, y la Salvación consiste en la derrota del pecado, y el pago de Jesús en su sacrificio por el pecado de Adán y el crimen de Caín, y la vigencia plena de la nueva Ley de Vida que abre la Resurrección y la Vida Eterna…además de La Gracia que abunda en el descenso del Espíritu Santo sobre la Fe y Entrega del Hombre, y la posibilidad cierta de alcanzar al Padre Dios si la persona pone por Obra el designio de su Creador – y de este Camino es el mismo Cristo quién se ofrece cuan Guía y Conductor – …entonces, cabe preguntarse, ¿Cuándo se selló esta Ley de Salvación y Gracia? ¿En la cruz? No, en la cruz Jesús pagó por el pecado del primer Hombre y por los crímenes de los cainitas. Pero pagada la deuda que imponía el pecado, y que afectaba a la generación humana, no necesariamente habría posibilidad de Salvación, ni de Camino Nuevo, ni de nueva Ley de Vida. El pago en la cruz es la muerte del pecado y la exención de toda deuda. Pero son los Hechos de los Tres Días posteriores al cierre de esa ‘copa amarga’ aquello que define y sella la Ley de Salvación y envuelve a la Generación del Meridiano de los Tiempos en La Gracia. El Nuevo Templo prometido por Cristo se alza en los Tres Días de descenso a los Abismos en donde la potestad del Reino de Dios se impone al principado tenebroso y quita de sus fauces el poder sobre la muerte y clausura los infiernos…y en cambio coloca a las Huestes Angélicas en los tránsitos de la muerte, para que nunca más sea motivo de condena y pesar, sino que se tenga vida de acuerdo a la medida de la propia siembra; y abre, el Cristo Victorioso, los Cielos en sus diversas estancias dejando el umbral infernal dispuesto solamente para los Hijos de Perdición y los Condenados. Este sello de salvación se potencia más tarde con la Gracia Sabia y de Poder Espiritual que representa el Espíritu Santo. Finalmente la promesa: vendrá Cristo cuan Dios al culminar esta Generación espiritual, para abrir el Tiempo del Milenio de los Santos, el Día de Paz que durará como si fuesen mil años.
Ahora, si de esto se trata La Salvación, la cruz pierde vigencia, porque es señal de un pago que no salva, sino que salda una deuda de pecado que nos condenaba como estirpe humana toda. Y una vez pagada la deuda maldita…lo que nos Salva y Redime es lo posterior: los Tres Días de Mutación; los cuarenta Días de Resurrección posterior; el hecho del Espíritu Santo…y la promesa del Nuevo Milenio de Paz con la presencia divina del Cristo Dios.
Si ponemos los Tres Días y los hechos posteriores como señal y sello de Salvación, y creemos en la promesa de Cristo en cuanto esta Generación tendrá un fin y otra iniciará un Tiempo superior (entendiendo ‘Generación’ en términos escatológicos, en donde éstas son medidas por vigencia de leyes de Vida y estados espirituales), entonces… como alega justamente Pablo en ‘Carta a Romanos’:
Muertos al pecado (Cp.6)
¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la Gracia abunde?
En ninguna manera. Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?
¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte?
Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva.
Porque si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la siembra de su Resurrección; sabiendo esto es que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado.
Y si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con él; sabiendo que Cristo, habiendo resucitado de los muertos, ya no muere; la muerte no se enseñorea más de él. Porque en cuanto murió, al pecado murió una vez por todas; mas, en cuanto vive… para el Padre vive. Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro. No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias; ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia.
Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la Gracia.
¿Qué, pues? ¿Pecaremos, porque no estamos bajo la ley antigua, sino bajo la ley de la Gracia? En ninguna manera.
¿No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis, sea del pecado para muerte, o sea de la obediencia para justicia?
Pero gracias a Dios, que aunque erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la cual fuisteis entregados;
y ahora libertados del pecado, vinisteis a ser siervos de la justicia.
Hablo como humano, por vuestra humana debilidad; que así como para iniquidad presentasteis vuestros miembros para servir a la inmundicia y a la iniquidad, así ahora para santificación presentad vuestros miembros para servir a la justicia de Cristo. Porque cuando erais esclavos del pecado, erais libres acerca de la justicia.
¿Pero qué fruto teníais de aquellas cosas de las cuales ahora os avergonzáis? Porque el fin de ellas es muerte. Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna.
Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro.
Si el pecado no es Ley, si acaso debilidad humana, pero es Ley la Salvación y La Gracia, y en Cristo el pecado puede ser muerto y sepultado: ¿por qué hemos de alzar la cruz del pago por el pecado que ya no existe ni predomina, y en cambio ignoramos los Tres Días de Liberación, la Resurrección y la Promesa que nos alza y nos proyecta cuan Hombres Nuevos? Entonces, el símbolo de la cruz va estrechamente ligado al pecado, y el recuerdo del pecado cuan ley imborrable es representado por el pago que representa la cruz. Es decir, seguimos recordando la rebelión del primer Adán y el crimen de Caín, sin asumir la Ley de Salvación cuan compromiso de Nueva Vida y la preparación para el Nuevo Tiempo de Paz que nos obliga a ser como Cristo ordena en su Palabra: sus discípulos, sus agentes, sus sacerdotes.
La teoría que nos regresa al pecado, y nos coloca en condiciones que niegan la Salvación de Cristo y la Ley de Gracia del Salvador, halla su expresión reiterada en la cruz de la muerte, del martirio y de la culpa. La misma que usara el conquistador, el inquisidor y el cruzado en sus guerras. El símbolo impuesto por un emperador enloquecido: Constantino, es lo que hoy se ha transformado en el ‘cristo irrenunciable’ …el cristo de la cruz…que se propone desde el Estado secular del Vaticano…Un llamado que inicia fuerte en los años Mil doscientos y Mil cuatrocientos y que nunca más a callado su ensordecedor gong de apostasía.
Tercera parte
Los ‘padres de la iglesia’ argumentaron abundantemente sobre lo inapropiado de la mujer en el sacerdocio. Y la razón de esta argumentación halló fuente y raíz en la condición del pecado: Eva tentó a Adán. Los apóstoles fueron doce varones. Cristo fue un varón. Los hombres hacen las conquistas y aseguran el gobierno. La fuerza Dios se las dio al hombre y la debilidad a la mujer. Y luego surge el tabú infranqueable de la sexualidad: un asunto natural jamás resuelto por el machismo sacerdotal, que en su impotencia y miedo ha endosado a la mujer la culpa de ser un supuesto instrumento para debilitar al fuerte varón. Y visto que los obispos se tornaban lascivos, perniciosos y hasta zonzos debido a sus esposas, o mejor dicho…a SUS esposas… y los hijos de éstos debían heredar potestades, autoridad y haberes, la solución entonces fue marginar a la mujer de todo ejercicio sacerdotal o de relación con el sacerdote. No era el varón el que pecaba al no entender el rol santo del matrimonio y la humildad de la familia ante Dios…sino pecaba la mujer que instigaba a que el varón socavara la autoridad, y los haberes, de la iglesia.
La doctrina del pecado cabía entonces como anillo al dedo: si el pecado es predominancia, y la cruz su recuerdo perenne…la mujer es la encarnación de este pecado y debe vivir crucificada en el ostracismo y la marginación de todo rol sacerdotal y ejercicio de poder espiritual.
La figura de María, la madre de Jesús, puso desde siempre una piedra en el zapato de la teoría pecaminosa de la mujer en particular. Los ortodoxos cristianos (Coptos) son los autores de ensalzar a María cuán Virgen sin pecado original, título que se le reconocía solamente a Jesús: un hombre sin pecado original. El cristianismo occidental (romano) tuvo mayores dificultades para entrar en este tema, ya que la reivindicación de María significaría un cuestionamiento en el sacerdocio exclusivo de los varones. Otro factor que complicaba a los teólogos vaticanos era el rol de María en las doctrinas Gnósticas: en las cuales ya era llamada ‘reina’ ‘sacerdote del altísimo’. Apócrifos que solamente los expertos eclesiásticos conocían entonces igualmente hacían dudar a los teóricos: Magdalena les rondaba cuan fantasma insistente y omnipresente.
Finalmente, recién en el año 1854 se produjo la proclamación, por parte del papa Pío IX del dogma de la Inmaculada Concepción: María fue liberada, por decreto Papal, del pecado original en su propia concepción, de manera que, desde entonces se debía establecer que vivió una vida completamente sin pecado, cuestión que tampoco fue aceptada por los protestantes e incluso causó reticencias al interno del catolicismo Por tanto, la Iglesia Católica considera dogma de fe ( es decir: un hecho sin comprobación ni hechos demostrables en los cuales se debe creer por fe) que «la Santísima Virgen, en el primer instante de su concepción, por singular gracia y privilegio concedido por Dios omnipotente, en previsión de los méritos de Jesucristo Salvador del género humano, fue preservada inmune de toda mancha de pecado original».
Por medio de la Constitución Apostólica «Munificentíssimus Deus», el papa Pío XII proclamó el dogma de la Asunción de la Virgen el 1 de noviembre de 1950: «Después de elevar a Dios muchas y reiteradas preces y de invocar la luz del Espíritu de la Verdad, para gloria de Dios omnipotente, que otorgó a la Virgen María su peculiar benevolencia; para honor de su Hijo, Rey inmortal de los siglos y vencedor del pecado y de la muerte; para aumentar la gloria de la misma augusta Madre y para gozo y alegría de toda la Iglesia, con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo y con la nuestra, pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado que La Inmaculada Madre de Dios y siempre Virgen María, terminado el curso de su vida terrenal, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria del cielo». (subrayados nuestros)
Al definir este dogma, Pío XII no hizo más que definir solemnemente lo que los fieles cristianos siempre habían creído, es decir que la carne de la mujer que había dado carne al Hijo de Dios escapó a la corrupción de la carne humana. Las confesiones protestantes niegan esta proposición.
Ahora: ¿Solamente la madre de Jesús podía ser santa y digna? Y si la mujer podía alcanzar la santidad ¿por qué no el sacerdocio?
Responde el papado:
Carta Apostólica
ORDINATIO SACERDOTALIS
Del Papa Juan Pablo II
Sobre la Ordenación Sacerdotal Reservada Sólo a los Hombres
22 Mayo, 1994
Venerables Hermanos en el Episcopado:
1. La ordenación sacerdotal, mediante la cual se transmite la función confiada por Cristo a sus Apóstoles, de enseñar, santificar y regir a los fieles, desde el principio ha sido reservada siempre en la Iglesia Católica exclusivamente a los hombres. Esta tradición se ha mantenido también fielmente en las Iglesias Orientales.
Cuando en la Comunión Anglicana surgió la cuestión de la ordenación de las mujeres, el Sumo Pontífice Pablo VI, fiel a la misión de custodiar la Tradición apostólica, y con el fin también de eliminar un nuevo obstáculo en el camino hacia la unidad de los cristianos, quiso recordar a los hermanos Anglicanos cuál era la posición de la Iglesia Católica: “Ella sostiene que no es admisible ordenar mujeres para el sacerdocio, por razones verdaderamente fundamentales. Tales razones comprenden: el ejemplo, consignado en las Sagradas Escrituras, de Cristo que escogió sus Apóstoles sólo entre varones; la práctica constante de la Iglesia, que ha imitado a Cristo, escogiendo sólo varones; y su viviente Magisterio, que coherentemente ha establecido que la exclusión de las mujeres del sacerdocio está en armonía con el plan de Dios para su Iglesia»(1).
Pero dado que incluso entre teólogos y en algunos ambientes católicos se discutía esta cuestión, Pablo VI encargó a la Congregación para la Doctrina de la Fe que expusiera e ilustrara la doctrina de la Iglesia sobre este tema. Esto se hizo con la Declaración Inter insigniores, que el Sumo Pontífice aprobó y ordenó publicar (2).
2. La Declaración recoge y explica las razones fundamentales de esta doctrina, expuesta por Pablo VI, concluyendo que la Iglesia “no se considera autorizada a admitir a las mujeres a la ordenación sacerdotal»(3). A tales razones fundamentales el mismo documento añade otras razones teológicas que ilustran la conveniencia de aquella disposición divina y muestran claramente cómo el modo de actuar de Cristo no estaba condicionado por motivos sociológicos o culturales propios de su tiempo. Como Pablo VI precisaría después, “la razón verdadera es que Cristo, al dar a la Iglesia su constitución fundamental, su antropología teológica, seguida siempre por la Tradición de la Iglesia misma, lo ha establecido así»(4).
En la Carta Apostólica Mulieris dignitatem he escrito a este propósito: “Cristo, llamando como apóstoles suyos sólo a hombres, lo hizo de un modo totalmente libre y soberano. Y lo hizo con la misma libertad con que en todo su comportamiento puso en evidencia la dignidad y la vocación de la mujer, sin amoldarse al uso dominante y a la tradición avalada por la legislación de su tiempo»(5).
En efecto, los Evangelios y los Hechos de los Apóstoles atestiguan que esta llamada fue hecha según el designio eterno de Dios: Cristo eligió a los que quiso (cf. Mc 3,13-14; Jn 6,70), y lo hizo en unión con el Padre “por medio del Espíritu Santo” (Act 1,2), después de pasar la noche en oración (cf. Lc 6,12). Por tanto, en la admisión al sacerdocio ministerial(6), la Iglesia ha reconocido siempre como norma perenne el modo de actuar de su Señor en la elección de los doce hombres, que El puso como fundamento de su Iglesia (cf. Ap 21,14). En realidad, ellos no recibieron solamente una función que habría podido ser ejercida después por cualquier miembro de la Iglesia, sino que fueron asociados especial e íntimamente a la misión del mismo Verbo encarnado (cf. Mt 10,1.7-8; 28,16-20; Mc 3, 13-16; 16,14-15). Los Apóstoles hicieron lo mismo cuando eligieron a sus colaboradores(7) que les sucederían en su ministerio(8). En esta elección estaban incluidos también aquéllos que, a través del tiempo de la Iglesia, habrían continuado la misión de los Apóstoles de representar a Cristo, Señor y Redentor(9).
3. Por otra parte, el hecho de que María Santísima, Madre de Dios y Madre de la Iglesia, no recibiera la misión propia de los Apóstoles ni el sacerdocio ministerial, muestra claramente que la no admisión de las mujeres a la ordenación sacerdotal no puede significar una menor dignidad ni una discriminación hacia ellas, sino la observancia fiel de una disposición que hay que atribuir a la sabiduría del Señor del universo.
La presencia y el papel de la mujer en la vida y en la misión de la Iglesia, si bien no están ligados al sacerdocio ministerial, son, no obstantes, totalmente necesarios e insustituibles. Como ha sido puesto de relieve en la misma Declaración Inter insigniores, “la Santa Madre Iglesia hace votos por que las mujeres cristianas tomen plena conciencia de la grandeza de su misión: su papel es capital hoy en día, tanto para la renovación y humanización de la sociedad, como para descubrir de nuevo, por parte de los creyentes, el verdadero rostro de la Iglesia” (10). El Nuevo Testamento y toda la historia de la Iglesia muestran ampliamente la presencia de mujeres en la Iglesia, verdaderas discípulas y testigos de Cristo en la familia y en la profesión civil, así como en la consagración total al servicio de Dios y del Evangelio. “En efecto, la Iglesia defendiendo la dignidad de la mujer y su vocación ha mostrado honor y gratitud para aquellas que -fieles al Evangelio-, han participado en todo tiempo en la misión apostólica del Pueblo de Dios. Se trata de santas mártires, de vírgenes, de madres de familia, que valientemente han dado testimonio de su fe, y que educando a los propios hijos en el espíritu del Evangelio han transmitido la fe y la tradición de la Iglesia»(11).
Por otra parte, la estructura jerárquica de la Iglesia está ordenada totalmente a la santidad de los fieles. Por lo cual, recuerda la Declaración Inter insigniores : “el único carisma superior que debe ser apetecido es la caridad (cf. 1 Cor 12-13). Los más grandes en el Reino de los cielos no son los ministros, sino los santos” (12).
4. Si bien la doctrina sobre la ordenación sacerdotal, reservada sólo a los hombres, sea conservada por la Tradición constante y universal de la Iglesia, y sea enseñada firmemente por el Magisterio en los documentos más recientes, no obstante, en nuestro tiempo y en diversos lugares se la considera discutible, o incluso se atribuye un valor meramente disciplinar a la decisión de la Iglesia de no admitir a las mujeres a tal ordenación.
Por tanto, con el fin de alejar toda duda sobre una cuestión de gran importancia, que atañe a la misma constitución divina de la Iglesia, en virtud de mi ministerio de confirmar en la fe a los hermanos (cf. Lc 22,32), declaro que la Iglesia no tiene en modo alguno la facultad de conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres, y que este dictamen debe ser considerado como definitivo por todos los fieles de la Iglesia.(subrayado nuestros)
Mientras invoco sobre vosotros, venerables Hermanos, y sobre todo el pueblo cristiano la constante ayuda del Altísimo, imparto de corazón la Bendición Apostólica.
Vaticano, 22 de mayo, solemnidad de Pentecostés, del año 1994, decimosexto de pontificado
Cuarta parte