Nuestra postura frente a la Emigración en Chile
Dar alimento al peregrino, un trabajo digno, una acogida solidaria… porque si uno mismo estuviese en necesidad, más necesidad tendrá entonces el emigrante que en tierra extranjera busca su sustento… y si uno viviera abundancia, tenderá la mano al carente para hacer honor a la Ley del Evangelio.
Cuando fuimos emigrantes y exiliados, sufrimos la intolerancia de los insensatos, pero vivimos dignos gracias a las puertas abiertas de muchos hombres y mujeres de bondad y de justicia.
Amar a Dios es saber amparar al que debe inmigrar y desarraigarse de lo propio y querido.
El extranjero debe saber insertarse con flexibilidad y humildad.
Un trabajador emigrante debe tener los mismos derechos y deberes de cualquier trabajador del país.
La xenofobia de quienes niegan la presencia del forastero NO es digna de una persona de fe en Dios. El racismo, la xenofobia y cualquier tipo de persecución de extranjeros y daño a los emigrantes deben ser drásticamente punibles de acuerdo a leyes claras, precisas y activas.
La prepotencia del foráneo que intenta imponer propios modos y costumbres, y violenta la cultura y mentalidad del pueblo que lo acoge NO corresponde a un comportamientos de altura, inteligente y sano.
El país necesita leyes que regulen la emigración, y reglamenten con precisión sus condiciones para evitar la trata de personas, la sobre explotación, el abuso, y la presencia de mafias en el tráfico de emigrantes.
La delincuencia infiltrada en las olas migratorias debe ser severamente sancionada y debidamente perseguidas por las leyes y cuerpos policiales del país…justamente para evitar que la inmigración sea un elemento pernicioso y dañino para los mismos emigrantes.
Hombres y mujeres de Fe en Cristo tenemos el deber moral de socorrer y respetar a nuestros hermanos y hermanas que emigran por razones sanas y justas hasta nuestro país.
Los gobiernos Latino Americanos deben lograr un acuerdo de inmigración serio, justo, aplicable y recíproco en todo plano. Esto con el sentido de que sobre todo en América del Sur somos pueblos hermanos y las fronteras no deben ser muros de litigios. La intolerancia entre hermanos y hermanas de Sur América es una negación de nosotros mismos.
– Editorial El Gran Fundamento –