Y estos Tres Días del hecho de Cristo también nos liberan de la rueda del eterno retorno. La muerte yacía firme bajo llave luciferina, los cielos estaban cerrados, los abismos era por donde caía la mayoría de las almas, las deudas se acumulaban vida tras vida, muerte tras muerte, los santos dormían el sueño de la espera en instancias del primer cielo. Y desde el Reino se producía un cambio, el Cristo, el Verbo Dios desciende hasta el corazón del principado oscuro y arrebata la muerte de las garras luciferinas, abre los cielos despierta a los santos en espera y los lleva al Reino de los Cielos, cierra la ley de los abismos y detiene la rueda del eterno retorno en modo que los seres humanos pagaran sus deudas y fuesen medidos según sus frutos. Con ello Cristo abrió el Plan de Inmortalidad para que el Hombre siguiera ascendiendo hasta la morada del Padre. Ahora y desde Cristo, es el Espíritu en el Hombre el Nuevo Templo de Dios.
Y al momento de bautizarme he asumido este hecho no en forma universal o para este mundo entero, sino como un hecho personal.
Sé que en mi vive un espíritu el cual es parte viva de Dios, y es imagen y semejanza del Creador, sé que no es la carne ni lo humano lo que me llevará al Reino de Dios, será el espíritu que me vive.
La enfermedad, la vejez y la muerte seguirán en mí, ya que estoy bajo la ley natural de la materia y lo perecible de este mundo, pero bajo el Gobierno del Espíritu y con un sello de Pertenencia a Cristo, la enfermedad no será un castigo, ni un drama ni un estado infernal, sino parte del combate y una prueba de sabiduría aplicada que necesariamente debe afirmarse en el Ser Crístico. Y la vejez será el pozo que repartirá agua de sabiduría a muchos, haciendo en muchos caminantes algo más breve el propio sendero, pero más intenso y profundo. Y la muerte ya no será un fin, sino un salto, la hora del salto, un salto de vida carnal a vida espiritual que me introducirá de lleno en el Plan del Padre. Este Salto a nueva vida estará condicionado por la siembra que haya cultivado en mi paso por esta vida carnal, y para tener una semilla en mí en el mismo instante de mi bautismo, reconocí al Cristo cuan Dios que ES, Co-Creador con el Padre y lo acepté como mi guía y mi conductor, ya que estoy bajo su Sello de Pertenencia, el cual me autentifica en mi espíritu como hija de Dios Padre, Discípula de Maestría Divina e integrante digna de su Casa en los Cielos a cambio de mi fidelidad y obediencia a su Orden y a su Plan de Salvación. Este es mi compromiso con Cristo, y el que todo ser de Fe debe sellar en estos tiempos.