El agnosticismo es una doctrina basada en observaciones y experiencias, y por lo tanto declara como inaccesible todo fenómeno que escape de la experimentación o reproducibilidad. Generalmente se asocia esta conducta a lo religioso y espiritual, pero como doctrina se aplica a cualquier ámbito de la vida donde no sea posible comprobar con la experiencia cualquier aseveración o postulado.
En el campo espiritual, actualmente se definen grados de agnosticismo, encontrando posturas de escepticismo, otras de profundo ateísmo y variantes intermedias. Los escépticos no creen porque no logran comprobar determinada situación, pero si existiera la comprobación creerían; los ateos sostienen por ejemplo que el conocimiento sobre la existencia o no de seres superiores no sólo no ha sido alcanzado sino que es inalcanzable.
En realidad quienes profesan el agnosticismo no son necesariamente antirreligiosos, más aún son respetuosos de toda creencia que proceda de una reflexión individual y honesta. El agnóstico entiende las creencias de fe sólo como una opción personal de cada individuo, que él no comparte. En otras palabras, el agnóstico no niega la existencia de un dios, sólo dice que ésta no es demostrable, es decir, el valor de la verdad de ciertas afirmaciones es incognoscible o imposible de adquirir su conocimiento debido a la naturaleza subjetiva de la experiencia (el más allá, la existencia de Dios, etc.). Subyace, sin embargo, una disponibilidad completamente abierta al cambio, según lo que pueda ver y experimentar.
Conversábamos con tres personas que se declararon agnósticas. Una de ellas relataba que había pasado por una fuerte situación emocional y que su madre, abnegada religiosa, había sido el sostén para ayudarle a superar la crisis, reconociendo que quienes profesan una fe con entrega, son admirables y creíbles. La segunda por cierto creía en Dios, pero habiendo vivido su adolescencia al interior de una corriente religiosa, había entrado en conflicto con la Iglesia, por lo cual en el fondo no era “religiosa” pero si creyente; el tercero declarado como tal, luego de entrar bajo la enseñanza de la liberación ejecutada por Cristo y de comprender formas de Dios nunca enseñadas ni imaginadas, es movido a declarar que en verdad es Creyente…
No es el punto si estas personas se declaran agnósticas en forma correcta o no, porque lo interesante sale del marco de las definiciones que tanto el Hombre necesita para encasillar su pensamiento, sino que ponemos la reflexión sobre el mecanismo propio del ser humano para protegerse o para evadirse de una realidad que, de ser verdad, exigiría compromiso, dedicación y un cambio de conductas coherentes con el estilo de vida que hasta ese momento se ha llevado.
Por una parte debemos aceptar que en general las religiones – consideradas por los agnósticos como no esenciales de la condición humana, pero sí de la cultura y de la historia humana- se han arrogado la responsabilidad y todo gobierno sobre los asuntos de la relación del Hombre con Dios, imponiendo sobre éstos normas y dogmas que encarcelan al ser a estos preceptos so pena de grave pecado al no adherir o cumplir. La incoherencia de quienes sostienen esta institucionalidad que coarta la libertad del Hombre de pensar y disentir, ha hecho que muchos se retiren de sus filas, sea que prefieren profesar su propia religiosidad con lo poco recibido –sin cuestionar la veracidad de lo que han recibido-, sea que busquen otras vías de desarrollo personal, o simplemente se autoproclamen agnósticos. En este tipo de agnósticos debemos reconocer una fe que subyace, que latiendo en el interior no quiere ser declarada porque precisamente no conocen una forma distinta de desarrollarse y expresarse. Para ellos si en su camino se cruzara por delante la verdad que buscan, sin duda serían muy buenos guerreros espirituales, comprometidos, responsables, entregados, defensores de su fe, no tendrían problemas para explicar el cambio de su declarado agnosticismo hacia la defensa por una causa que los mueve desde adentro, donde lograrán la paz anhelada.
De frente al tipo de Agnosticismo denominado “fuerte”, que afirma categóricamente que el conocimiento de realidades superiores no son cognoscibles y que los seres humanos no están dotados para descubrir la existencia de tales realidades o para probar su inexistencia, planteamos la problemática de que el Hombre no ha buscado a Dios en la dimensión donde Él se manifiesta, y en su soberbia desea encontrar a Dios en base a su pensamiento, a la filosofía, a la teología, pero que no salta la barrera de lo mental. ¿Es Dios un Hombre?, ¿Es Dios una mente? ¿Puede explicar un ingeniero las maravillosas sinapsis del sistema neurológico? ¿Puede interpretar un médico los cánones legislativos del código civil? ¿Puede un electricista describir los secretos de la alfarería?… Bueno, ¿y por qué entonces el Hombre pretende describir a Dios como si fuera otro hombre, desde la plataforma de lo humano? Dios es Espíritu y si el Hombre no cultiva su propio espíritu, no entrará jamás en el campo de la maravillosa comprobación de la existencia de las fuerzas divinas que obran su Plan de Amor sobre los mismos Hombres.
El Hombre posee una inteligencia superior y ha sido dotado de la capacidad de discernimiento, un verdadero poder que permite descifrar, desentrañar y compenetrar los misterios del Reino de Dios, lo que le permite conocer, comprender y por sobre todo aplicar –con esta misma Sabiduría- leyes y formas que nos elevan y nos conducen a la Verdad Superior. A través del Discernimiento Espiritual, logramos descifrar con el Espíritu algo que aparentemente se puede cifrar con el conocimiento, pero que guarda un significado que no es posible entender con el saber intelectual, por lo mismo debe ser desentrañado por medio de Sabiduría Divina. Si el discernimiento espiritual nos adentra en los misterios de Dios, no hay otro medio que el Espíritu, ese Espíritu que ha sido creado a imagen y semejanza de su Creador, que es puro, sabio, perfecto e inmortal.
Seguir desentrañando a Dios desde la tozuda cabeza, desde lo meramente intelectual, desde la egocéntrica mirada, cuya fuerza impele al Hombre a creer que “su verdad” es la única válida, y si él no es capaz de comprobar algo, entonces simplemente no existe… aún cuando luego de la muerte ni cabeza, ni mente, ni ego subsistirán sino sólo el Espíritu que es atemporal y verdadero… es la cárcel por la cual se ha optado. Es una opción no aceptar que toda la Creación ha sido instruida y vivificada por el Espíritu.
La respuesta meridiana la encontramos de manos de Pablo apóstol, quien dice y enseña a los Corintios: (1 Corintios 2,6-16)
La revelación de Dios por medio del Espíritu
Sin embargo, entre los que ya han alcanzado la madurez en la fe utilizamos el lenguaje de la sabiduría. Pero no de la sabiduría propia de este mundo y de quienes lo gobiernan, que pronto van a desaparecer. Se trata más bien de la sabiduría secreta de Dios, del secreto designio que Dios, desde antes de crear el mundo, ha dispuesto para nuestra gloria. Eso no lo han entendido los gobernantes de este mundo, pues si lo hubieran entendido no habrían crucificado al Señor de la gloria. Pero, como se dice en la Escritura:
“Dios ha preparado para los que le aman
cosas que nadie ha visto ni oído
y ni siquiera pensado.”
Estas son las cosas que Dios nos ha manifestado por medio del Espíritu, pues el Espíritu lo examina todo, hasta las cosas más profundas de Dios. ¿Quién entre los hombres puede saber lo que hay en el corazón del hombre, sino el espíritu que está en el interior del hombre? De la misma manera, solamente el Espíritu de Dios sabe lo que hay en Dios. Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo sino el Espíritu que procede de Dios, para que entendamos las cosas que Dios en su bondad nos ha dado. Hablamos de estas cosas con palabras que el Espíritu de Dios nos ha enseñado, y no con palabras que hayamos aprendido por nuestra propia sabiduría. Y así explicamos las cosas espirituales con términos espirituales.
El que no es espiritual no acepta las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son tonterías. Y tampoco las puede entender, porque son cosas que tienen que juzgarse espiritualmente. En cambio, aquel que tiene el Espíritu puede juzgar todas las cosas y nadie puede juzgarlo a él. Pues las Escrituras dicen: “¿Quién conoce la mente del Señor? ¿Quién podrá instruirle?” Sin embargo, nosotros tenemos la mente de Cristo.
Invitamos a establecer una relación responsable y directa con JesúsCristo, a buscar los caminos que aperturen la espiritualidad, que enseñen las armas del Discernimiento, hasta encontrar “la Verdad que les hará libres”. En esta Libertad hallarán no sólo evidencias tangibles de la existencia de la Bendita Trinidad, sino sin duda alcanzarán la vía a la trascendencia y atemporalidad que no deja dudas ni espacios por comprobar.
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