¿Debemos hacer las cosas del Espíritu como nos parezca…? ¿Debemos seguir los pasos señalados por las Iglesias?…¿O es menester dejarse guiar por algún “iluminado” que ya se halla por encima del bien y del mal?
¿Es cuestión de rituales, de todo tipo de oración o de la meditación…? ¿Qué son, dónde están, las Claves que nos colocan en armonía con Dios?
Ante la urgencia de estos tiempos, no pocos círculos de personas han recurrido a lo que aparentemente resulta lo más “directo” y lo más sagrado, con tal de realizar una pronta y rápida labor que los coloque ante los umbrales de la “perfección”. Esta forma “express” ha sido llamada… “claves”, algo así como una llave mágica y rara que elimina engorrosos trámites de otro tipo. Hay quienes han descubierto sus propias claves. Los hay quienes han “redescubierto” supuestas claves antiguas, curiosamente, con fórmulas similares a las del budismo, pero sin la seriedad y disciplina del buen budismo.
La experiencia demuestra que toda agrupación que se reúne y trabaja en base a claves, culmina por constatar que la llave no funciona y no abre puerta alguna.
Es cierto que las claves existen; pero nunca se dan ni se darán fuera de un compromiso espiritual con Dios, de acuerdo a leyes determinadas y gobernadas por Cristo. Se entiende por “claves” un elemento que la divinidad establece y declara a los hombres, con el fin de que estos alcancen la purificación necesaria, y de esta manera se complemente con los planes del cielo. Las verdaderas claves son consignadas dentro de una consagración mayor, no siendo dichas fórmulas la causa principal, sino que un efecto, pues la raíz vital siempre será la plena entrega del Hombre al servicio de Dios. Es decir, sin un camino espiritual que conlleve a la renuncia al mundo y la obediencia al Reino Celestial, no es posible obtener clave real alguna. Dicho de otro modo: sin sacerdocio no puede existir clave, ni llave sacramental, que sea realmente de Dios.
En el sacerdocio se resume la entrega, la renuncia, obediencia, la consagración y la real purificación. Un sacerdocio del altísimo que no es cosa de este mundo, ni para poderes políticos, ni para establecer influencias culturales, sino que un sacerdocio al servicio directo de un Reino Vivo y de un conductor Vivo: Cristo Jesús.
Ninguna clave de Dios puede hallarse en manos de impuros, neófitos, faltos de compromisos… como si se tratara de una moda o de un juego intelectual. Si son claves reales… serán secretas. Dios ha establecido que sus modos y formas de relacionarse con sus hijos no sean declaradas al mundo, sino que sean utilizadas correctamente fuera de alcance común. En el ejemplo bíblico del nazareno Sansón, cuya clave se hallaba en su cabello, estamos verificando que si la fórmula divina es declarada, ésta cesa de ser efectiva. Si son de Dios, son armas para la obra del Consagrado y efecto a favor del Plan del Reino.
Si supuestas claves son enseñadas por dinero, para alzar los egos de algunos supuestos “iluminados” o constituye una materia de “academia”, simplemente son remedo burdo de lo que se comprende por claves de Dios. De estas prácticas es aconsejable tomar distancia.
El sacerdocio de Melquisedec posee las Claves del Reino entre los Hombres, y si son cosas de Dios, es Dios quien entrega testimonio: antes de seguir nuestro instinto o vanidad, o de regirnos por las normas de una institución, hagamos oración profunda y con fe, dirigido al Padre y a Cristo Jesús, pidiendo Espíritu Santo y con la Biblia en las manos, preguntemos al Reino si tales claves o dichas fórmulas son realmente de Dios; repitamos la pregunta por siete veces, en forma pausada y con paz interior, sin ansias ni expectativas, en recogimiento interior; abramos el libro donde nuestras manos sientan que deben abrir, miremos el párrafo que nuestros ojos fijan en forma espontánea… y dispongámonos a discernir con espíritu sincero y abierto.
El consejo que entregamos a los buscadores de claves mágicas, es que no sigan por ese camino de equivocaciones y se dispongan a tener un Encuentro con el Dios que vive en Uno Mismo; y bien harán los honestos en colocarse la cuestión de la propia Consagración en una manera seria y disciplinada, y no seguir buscando sendas fáciles y de moda, pues por ese camino siempre culminarán mordiéndose la cola.
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